Lejos de los mensajes triunfalistas del Ejecutivo de Rajoy, España, después de 6 años de crisis, sigue inmersa en la misma, con cotas de desigualdad nunca vistas: es el segundo país de Europa en el que más ha crecido la desigualdad entre 2007 y 2014, sólo superado por Chipre; con el 29,2% de la población, unos 13,4 millones de personas, en situación de pobreza (2014), 2,3 millones más que en 2008. Las 20 personas más ricas del país tienen una fortuna igual a los ingresos del 20% de la población más pobre (9 millones). En 2015, el 1% más rico concentró tanta riqueza como el 80% más pobre. El paro (oficial) está en el 21 %, a pesar de los cientos de miles de nuestros jóvenes que se han visto obligados al exilio forzoso, y más del 12,5 % de los asalariados, debido a sus sueldos de miseria, son pobres.
Esta realidad social no viene caída del cielo sino que es resultado de determinadas políticas, impulsadas por los partidos del Régimen y abanderados del neoliberalismo, PSOE y PP, en beneficio del capital, de la oligarquía, y en contra de las clases trabajadoras y populares. En el plano político hemos asistido, al final de esta legislatura, a una deriva autoritaria del Estado con medidas y leyes que buscan cercenar derechos y libertades fundamentales (especialmente la libertad de expresión) y poner trabas a la protesta y a la movilización popular. Esta degradación democrática allana el terreno al fascismo. Y esto en un contexto donde las políticas de la Unión Europea, como la firma del acuerdo UE-Turquía, que rubricó El Gobierno español, están dando aliento, oxígeno, a los movimientos y fuerzas fascistas en toda Europa. Es vital combatir con firmeza esta deriva autoritaria y el fascismo que se alimenta de ella.
Por otro lado, vemos cómo el régimen monárquico, por su herencia franquista y naturaleza de clase, imposibilita satisfacer las demandas y necesidades básicas de la población, dar solución a los problemas vitales del país, desarrollar la verdadera democracia del pueblo y para el pueblo. Es un paraíso para corruptos y ladrones de guante blanco, para magnates industriales, banqueros y especuladores, y para la Iglesia Católica.
La Monarquía, desprestigiada y en crisis, tuvo que renovarse para tapar sus vergüenzas, pero la hoja de parra se queda pequeña. Sigue, como no podía ser de otra forma, igual de podrida, dando apoyo y cariño a sus “compi-yoguis” corruptos y acosadores (presuntos, claro). Fuera de ellos (“sabemos quienes somos”, Letizia dixit), la “crème de la créme”, los demás, el pueblo, somos vulgo, chusma, canalla, “merde”.
Ahora, con motivo de la conformación del nuevo Gobierno, asistimos a un circo postelectoral hacia donde se dirigen todos los focos dejando en penumbra la trágica situación social de la mayoría, que se torna en oscuridad a medida que algunos solo ven sillones ministeriales o participar en gobiernos; donde quien dice ser encarnación del cambio y de la unidad popular descafeína una vez más su política populista y observamos sus vergonzosas “cesiones que he trasladado” (al PSOE) en temas tan sensibles como la reforma laboral, la reforma fiscal, el gasto y el déficit público.
Los novísimos movimientos y fuerzas “ciudadanistas”, desde que hicieron acto de presencia, amén de las desmovilización que han promovido, han mostrado su impotencia e incapacidad para el cambio, aunque se les llene la boca con esa palabra. Se achantan y arrugan cuando la reacción les aprieta, pero combaten las movilizaciones de la clase trabajadora. Aquellos que iban a “asaltar los cielos”, que hablaban de ruptura con el régimen, se han convertido en sus nuevos puntales y participan en la farsa de una segunda transición que quieren cerrar en la próxima legislatura y sigue la máxima de Lampedusa: “cambiar algo para que todo quede igual”, para que sigan mandando y enriqueciéndose a nuestra costa los mismos. Nuevas caras y vieja política. Lo cifran todo al sufragio y al Parlamento.
No, el verdadero cambio no vendrá de egregios ilustres personajes, de nuevos partidos con viejas políticas, del electoralismo y el parlamentarismo; el verdadero cambio solo puede venir de la mano de la participación política de amplios sectores de las clases trabajadoras y populares, de su movilización y organización, de su lucha unitaria, en todos los terrenos, también en el electoral, contra su enemigo de clase, la oligarquía, y contra su régimen, la monarquía. Solo la unidad popular (que obliga a una labor de construcción de tejido, asociaciones y organizaciones de participación popular) podrá romper el actual marco político y derrotar al enemigo, victorias que deben consolidarse con un nuevo proceso constituyente republicano que nos traiga la III República.
Esa debe ser la tarea central de la izquierda revolucionaria, rupturista, que debe facilitarla mediante el agrupamiento y unidad de sus distintos destacamentos, en un momento en que parece dejarse atrás los dos años de desmovilización y se observa una incipiente activación de la lucha a manos de distintos sectores de la clase obrera.
¡Adelante! ¡Por la unidad de la izquierda y la unidad popular!
¡Sólo con la ruptura, solo con la República, habrá cambio!
¡Viva la República!
Comité Federal de Federación de Republicanos (RPS)
Abril de 2016
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