Estimada, admirada y queridísima Majestad:
Cuando creía que podía pasar unos días tranquilo, me he levantado y me he encontrado de frente con su discurso. No le voy a engañar porque no estamos ya para paños calientes: su alocución ha sido un desagradable bofetón para mí. Según lo leía me parecía tan increíble, indignante y vomitivo (no es por ofender, es que casi termino en el baño porque últimamente estoy muy sensible)…
Ya que estamos en confianza, esa que otorga el hermoso vínculo de un súbdito con su rey sucesor del atroz y repugnante franquismo, le confieso que lo primero que pensé fue: ¿No le da vergüenza? ¿Ni siquiera un poco? ¡Vaya ejercicio tan salvaje de cinismo e hipocresía!
La portada de ‘El País’ no podía ser más farisaica: “La intolerancia y la exclusión no pueden caber en España”. Leer esta frase cuando acabo de ver ratificada mi expulsión por ejercer la libertad de expresión me resulta de una grosería insoportable. Me hubiera gustado escuchar esto de su boca hace unas semanas para defender a quien denuncia corrupción, abusos y privilegios anacrónicos dentro de sus Fuerzas Armadas. No fue así. Calló. Y calló, Majestad, como lo hizo durante estos años mientras sus Fuerzas Armadas se fueron rellenando de acosadores sexuales, agresores sexuales, oficiales que intentaron violar a soldados, ladrones, consumidores de droga, malversadores, fascistas o torturadores. Todos ellos siguen sirviéndole y no se le percibe ofendido o preocupado. Llámeme rarito o traidor si quiere, pero yo lo estaría.
¿Llegado el caso un pelotón de soldados salvará a la Constitución (y a los españoles)? El Estado Mayor ya ha…