Por qué un educado profesor de autoescuela inglés se convierte en un energúmeno bajo el sol de la Costa Brava. Y lo que es peor, por qué se lo toleramos. Pues porque gasta. Y aquí quien gasta es bienvenido.
Según la última Encuesta de Gasto Turístico (Egatur) elaborada por el Instituto Nacional de Estadística (INE), el gasto medio diario de los turistas extranjeros que nos visitaron durante el pasado mes de junio fue de 143 euros: un 5% más que el año pasado. Una buena noticia para nuestra maltrecha economía. Sin embargo, lo que no nos dice el INE es el coste medioambiental que genera la estancia de ese turista.
El coste del derroche de agua y el malgasto de energía de un turista extranjero en un hotel, un apartamento o un bungaló de la costa. De ese ciudadano belga o alemán que en su casa se ducha con cantimplora porque el derroche está allí muy penalizado pero aquí, libre de todo control, deja los grifos abiertos sin prestar atención al malgasto, exprimiendo nuestras agotadas reservas.
El coste de ese ciudadano holandés o francés, tan ecologista y tan sostenible en su país, que va en bici a la oficina, tiene bombillas LED en todo el piso y usa lavavajillas clase A+++, pero en su hotel de la Costa del Sol se deja el aire acondicionado en marcha para que cuando vuelva de la playa parezca un iglú.
El coste que genera el tsunami de aguas residuales que cada verano colapsa las estaciones depuradoras de nuestro litoral, restándoles eficacia y provocando su vertido al entorno sin el adecuado tratamiento. O el coste de la recogida y selección de las toneladas de basura que asquean las playas y los pueblos turísticos, para desesperación de los vecinos y su derrotada brigada municipal, incapaz de hacer frente a tanta barbarie.
Este tipo de turismo es insostenible. Estos turistas nos están costando mucho más de los 143 euros que se gastan. Hay que exigirles el sobrecoste de su estancia. Hay que penalizarles por el derroche de agua y energía, hay que sancionarles por dejar sus residuos tirados allí donde les pilla y hay que multarles de manera mucho más severa por sus desmanes.
El modelo turístico español está basado en el engaño, porque tiene en cuenta el gasto pero no el coste por visitante. Exhibe beneficios porque externaliza costos. Crece porque ignora los propios límites del país: los límites físicos, ecológicos y sociales.
Resulta imposible que los recursos naturales y los equipamientos medioambientales de los que disponemos los 46,5 millones de habitantes de este país puedan satisfacer la demanda añadida de los 83 millones de turistas que, según el Gobierno, nos visitarán en 2017. Es imposible. Otra cosa es que lo estemos logrando, pero ¿a qué coste?
Pues a costa del agotamiento. Del agotamiento de nuestros recursos, de nuestros paisajes, de nuestro medio ambiente y de nuestra convivencia. Si seguimos apostando por este modelo de turismo, si tiramos de él como muchos proponen hasta alcanzar los 100, 120 o 150 millones de visitantes al año, este país reventará, como está empezando a reventar en muchos lugares. Y es que con esos 143 euros al día los números sociales y medioambientales no salen.
¿Llegado el caso un pelotón de soldados salvará a la Constitución (y a los españoles)? El Estado Mayor ya ha…