El atentado supremacista vivido en Charlottesville está desenmascarando a mucha gente. Algunos ya habían delatado de qué pie venían cojeando, como es el caso de El País, que a un grupo de miserables racistas los llama radicales que, para que lo entiendan ciertas personas, es como si a ETA en los Años de Plomo lo hubiera llamado “Grupo Independentista”, como hacían en algunos países.
Lo que me llama poderosamente la atención es cómo en España muchas personas se llevan las manos a la cabeza con las reacciones posteriores por parte de Trump. El hecho de que el presidente no haya condenado el atentado ha generado mucha indignación y, sin embargo, en España esas personas ni se inmutan con nuestros propios supremacistas, con esos a los que las autoridades permiten manifestarse por las calles, realizar saludos y consignas fascistas e intoxicar la buena convivencia con discursos xenófobos y racistas.
He cubierto muchas manifestaciones del 20-N en Madrid y, en cada una de ellas, se me ponían los pelos de punta, se me revolvían las tripas. La violencia latente en esas concentraciones, el odio irracional que destilan tod@s l@s que por allí desfilan es tan condenable como lo que propició la tragedia de Charlottesville.
Sin embargo, en España seguimos sin reaccionar, nuestros gobernantes -y en esto da igual PP que PSOE- continúan marcándose un Trump, sin mover un solo dedo para acabar con este fascismo que, lejos de reducirse, crece en nuestro país. Es evidente que el Partido Popular, con herederos directos del Franquismo en sus filas y con un ministro de la dictadura como fundador y presidente de honor, es quien mayor cobertura legal da a estos grupúsculos de indeseables. Sobre sus conciencias y las de sus votantes que no les exijan que esto pare habrá de descansar las consecuecias de ello.
Por otro lado, sería cínico negar que al calor del antifascismo también han surgido, aquí y en EEUU, colectivos violentos. Sin embargo, no todos los son y, desde luego, sería un error ponerlos a la misma altura que a los fascistas/supremacistas. Ni siquiera a los más violentos. ¿Por qué? Sencillo: el objetivo de los antifascistas, por muy violentos que pudieran llegar a ser, es un modelo de convivencia justo, sin discriminación, igualitario. El de los fascistas, en cambio, es excluyente, xenófobo, racista.
¿Se justifica por ello la violencia? No, pero que las autoridades y los gobernantes no olviden que, si no ponen cerco a los fascistas en España, serán ellos quienes enciendan la mecha de algo que les puede quedar muy grande.
David Bollero
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