Josep Fontana
La forma en que se produjo en España el pacto de la “transición” contribuyó a que se hiciera el silencio sobre la historia del franquismo, puesto que no se podían airear las responsabilidades de los mismos con quienes se pactaba, ni depurar las culpas de miembros de la jerarquía militar o judicial que seguían desempeñando sus cargos.
Y aunque ha habido en las últimas décadas un volumen considerable de investigación que ha permitido conocer a fondo la realidad de los crímenes y desmanes de la dictadura, se sigue manteniendo desde los organismos públicos y desde los medios de comunicación una especie de neutralidad que ha favorecido la aparición de un revisionismo histórico que pretende demostrar que la guerra civil no fue más que un enfrentamiento entre dos bandos igualmente culpables.
La confusión creada por esa indefinición explica escándalos intelectuales como el del Diccionario Biográfico Español, publicado por la Real Academia de la Historia entre 2009 y 2013, o la confusión que ha hecho posible que se difundiera recientemente por los medios la desgraciada ocurrencia de Daron Acemoglu de comparar la transición española con la “primavera árabe”.
Confieso que nunca he entendido que se pueda valorar del mismo modo una república que formó maestros, abrió escuelas y creó bibliotecas públicas en los pueblos, y un régimen militar que asesinó a maestros, cerró escuelas y bibliotecas y quemó libros.
Pero así deben pensar quienes alientan esta ola de revisionismo, apoyada por autoridades tan dudosas como la de Stanley Payne, dispuesto siempres a apadrinar cualquier engendro contra la República y en defensa del franquismo.
Conocí a Payne en los años sesenta, en una ocasión que pasó por Barcelona y se reunió con un grupo de jóvenes historiadores. Era por entonces un autor de moda. Había publicado en 1962 Falange. A history of Spanish fascism, que Ruedo Ibérico tradujo en París tres años más tarde. Nos estuvo describiendo a los falangistas de los años de la Segunda república como un grupo de jóvenes intelectuales amantes de la poesía. Se me ocurrió preguntarle cuál era en aquellos años la fuente de ingresos de que vivía José Antonio y me contestó: “Eso no lo sé”. Me pareció poco serio que montase todo un tinglado interpretativo prescindiendo de asentarlo sobre la realidad y perdí desde aquel momento la confianza en la calidad de su investigación.
Pero es que la calidad de la investigación no cuenta en las valoraciones del revisionismo. Podemos verlo en la forma en que reaccionan contra quienes les contradicen. Uno de los objetos de su furor es, por ejemplo, Ángel Viñas, un investigador que tiene una obra posiblemente tan copiosa como la de Payne, pero que se distingue netamente de la de éste por la ingente cantidad de nueva documentación que ha sacado a la luz y ha publicado.
En un reciente alegato contra Viñas, Carlos González Cuevas, cuya interpretación del régimen franquista se expresa en afirmaciones como “Franco era, como aparecía en las monedas de la época, ‘Caudillo por la Gracia de Dios’; lo que suponía unos límites claros a su capacidad de decisión” o “el pluralismo inherente al régimen político nacido de la guerra civil”, se dedica sistemáticamente a la tarea de denostar las obras de Viñas, sin argumentos sólidos para fundamentar la crítica. Un ejemplo de ello lo tenemos en la condena de que haya publicado las memorias de Francisco Serrat Bonastre, “con el solo objetivo de fundamentar sus prejuicios antifranquistas”. Pero Serrat era un embajador al servicio de la República, que abandonó su puesto en Varsovia para unirse al régimen franquista, que le nombró Secretario de Relaciones Exteriores. Si tenemos en cuenta, además, que sus memorias no estaban destinadas a la publicidad, sino que permanecían en manos de la familia, para descalificarlas, y para criticar a Ángel Viñas por haberlas publicado, se necesita cuando menos aportar evidencias que lo justifiquen.
Lo que realmente necesitamos es más documentación y más conocimiento. De ahí que me parezca oportuno celebrar la publicación de este diccionario bibliográfico del franquismo que Pedro L. Angosto ha realizado con un notable esfuerzo de documentación. Si los grandes nombres cuentan con una bibliografía más o menos accesible, es difícil encontrar información de otros muchos cuya trayectoria vital se recoge en estas páginas. Será, en suma, una nueva herramienta que nos ayude a conocer mejor la historia de una época.
¿Llegado el caso un pelotón de soldados salvará a la Constitución (y a los españoles)? El Estado Mayor ya ha…