Ser español no es una elección, te toca o no en función de unas circunstancias territoriales. No tiene mérito ni demérito, lo eres o no: hay mucha gente que quiere serlo y no puede por distintas razones y otra que no quiere serlo por otras y no le queda más remedio que apechugar con su lugar de nacimiento o acogida. Sin más. Crear y apelar, pues, a un presunto valor de lo español per se, bandera en mano o tatuada en el culo es un recurso tan simple como peligroso, que en este país conocemos bien, y en blanco y negro.
Cuando el líder de Ciudadanos habla, además, del “complejo” de ser españoles una no puede evitar que la imaginación se le desborde en situaciones tan ridículas como la de un sujeto en la garita de seguridad de un aeropuerto contestando a un agente:
– Usted es español…
– Bueno, solo porque no me queda más remedio, que conste. Soy de un país que se llama España, pero no quiero serlo. Nací allí.
– Entonces es español, su pasaporte lo indica.
– El pasaporte, sí, pero yo soy un español acomplejado, ¿me entiende? No quiero serlo, me crea traumas y no hay cirugía estética ni tratamiento de psicoterapia que lo resuelva. Es un drama.
– Oiga, ¿me está usted tomando el pelo?
– En absoluto, agente. Mire, en mi país -que es España, aunque le digo que yo soy un español acomplejado, que es casi como no serlo- hay un líder político muy importante -las encuestas dicen que será presidente del Gobierno, así que tonterías no dirá…- que lo ha descrito perfectamente: el “complejo” de ser español existe. Yo soy un afectado y es terrible, se pasa mal, créame. Nacer en España, vivir en España y no querer ser español es muy duro.
– Ya imagino, ya… Ande, circule, que está interrumpiendo la salida del resto de pasajeros.
Hay pocas más opciones que ésta para tomarse las palabra de Rivera y sus intenciones de uniformidad para este país diverso y apasionante en sus matices territoriales, culturales, lingüísticos y hasta ciudadanos. No hay dos españoles iguales y que sean españoles es secundario, porque si fuese lo primero y lo esencial, hoy, por ejemplo, en España, no tendríamos a corruptos/as, por un lado, e incorruptibles por otro; políticos honrados y políticos delincuentes, o al PP y a Ciudadanos, sin ir más lejos, aunque el cordón umbilical salga de Aznar en ambos casos. Comparten ADN.
A los/as españoles (sí, también hay hombres y mujeres), además, nos separan estos días otras diferencias notables: estamos los que consideramos la corrupción incompatible en todo caso con la actividad pública y los que creen que son más importantes otros conceptos, como el presunto valor del españolismo (“Con independentistas, moción de censura, jamás; mejor dejamos a la corrupción en el Gobierno dos años más”) Sin olvidar que el independentismo catalán y vasco es una ideología tan legítima como la nacionalista españolista de Ciudadanos. Otra cosa son los procedimientos de cada uno para conseguir sus objetivos, pero eso ya lo hemos dicho muchas veces aquí y otras tantas fuera de aquí. Y dudo de que a Rivera nuestras humildes reflexiones le muevan de su estrategia demonizadora y españolista, aunque los mismos de Ciudadanos legitimen el nacionalismo vasco que aborrecen y desprecian, por ejemplo, votando juntos los presupuestos del PP condenado y fortaleciendo ese cupo vasco que -dicen- agravia y ataca la igualdad de los españoles.
Hoy, por tanto, Rivera y su partido no ven políticos corruptos y políticos honrados. Ven españoles en una forma unívoca que fluyen en masa según unas directrices electorales que ahora no favorecen a Ciudadanos con unas generales porque el PP debe pudrirse dos años más en La Moncloa con las sentencias que quedan. Ya pasó lo mismo en la Comunidad de Madrid: Cs quiere la mayoría absoluta.
Aunque dijo este jueves el presidente del partido naranja que hay “un antes y un después” de la condena de Gürtel en la relación entre el PP y Ciudadanos, no mentía: el españolismo de Rivera condiciona los efectos políticos de la corrupción porque, ante todo y sobre todo, somos todos/as españoles. No importa que haya una mayoría parlamentaria dispuesta a echar a un Gobierno que, a tenor de las sentencias judiciales, accedió al poder de forma ilegítima e incluso, ilegal durante años, dopado por millones de pesetas y de euros, en desigualdad de condiciones frente a sus adversarios y convirtiendo la política de concesiones públicas en una mafia de decisiones arbitrarias en función de las ‘mordidas’ y del “volquete de putas” en cuestión. Pagado todo por usted, Albert Rivera y esta plumilla.
No importa: hay un grupo de diputados/as independentistas (legítimos y votados democráticamente) que apoyarían la caída de ese Gobierno corrupto (aceptando, de inicio, que les gobierna) y por ahí Rivera no pasa. Primero la bandera española, el paño que nos cubre; después, las personas. La tela nos salvará de la miseria, espaÑoles.
¿Llegado el caso un pelotón de soldados salvará a la Constitución (y a los españoles)? El Estado Mayor ya ha…