Aníbal Malvar
Como la edad me va a haciendo cada día más emotivo, fui incapaz ayer de escuchar en directo el discurso de adiós muy buenasde Mariano Rajoy, al que se podía aplicar aquel viejo dicho popular: entre todos lo mataron y él solito se murió. Pero anoche, leyendo los epitafios mediáticos de nuestros atribulados periódicos de papel, analicé la hondura de su catilinaria, y enseguida reparé en el detalle de que no soy español, de que nunca fui español, de que nunca seré español, al menos, para el PP.
Lo destaca El Mundo en su editorial de hoy. Rajoy se va “orgulloso de que a él no le hayan echado ni los españoles ni sus compañeros de partido”. Esto de los españoles me dejó sin pasaporte en un arrebol. Para empezar, arrebató de un plumazo Rajoy la españolidad a todos los diputados que votaron al mefítico Pedro Sánchez. Pero, si uno se para a pensar aquello de que la soberanía popular descansa –nunca mejor dicho– en sus diputados electos, los españoles despojados desde ayer de nuestra españolidad nos contamos por decenas de millones.
A los españoles nos pasa como a los militantes del PP, que cuando toca democracia somos muchos menos de los que parecíamos.
Esa concepción de que la españolidad real no está en los parlamentos ni en los ayuntamientos es muy de la derecha española. También comparte esta ilusión la Naranja Española y de los Johns, siempre alerta a demandar el gobierno de la lista más votada cuando es Ciudadanos la lista más votada.
Ni la gente ni los medios maliciamos la trascendencia que ocultan este tipo de mensajes, pues estamos tan acostumbrados a la levedad aleve del discurso de nuestros políticos que, cuando dicen algo importante, nos parece que solo estan citando, otra vez, a wikipedia.
Si uno se atiene al discurso conservador, para ser español es necesario hacerse de derechas y monárquico. El resto son “alianzas de perdedores”, y de todos es sabido que los perdedores nunca son españoles del todo. Que se lo digan a los de las cunetas.
Me voy apátrida bajo el aguacero estival de esta intemperie en que nos deja la ausencia de Rajoy. Me distraeré contando, en la Carrera de San Jerónimo, a mis diputados extranjeros.
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En algunos países remotos y no tan avanzados como España, las investigaciones judiciales sobre los jefes de Estado suelen ser asuntos a los que se da cierta trascendencia y despliegue informativo. Es un rasgo común a sociedades escasamente avanzadas. Aquí, en la España de los apátridas marianos, gozamos de distracciones menos bárbaras.
Nos enterábamos ayer de que la Audiencia Nacional ha abierto investigación por las grabaciones en las que Corinna, Juan Villalonga y nuestro Anacleto nacional, el ex comisario José Manuel Villarejo, conversaban civilizadamente sobre cuentas suizas borbónicas, testaferros en salto de cama y otras monárquicas aficiones.
De todos es sabido que la AN nació para perseguir a narcotraficantes, terroristas, falsificadores de moneda y… delitos contra la Corona (no de la Corona). Y se conoce que en esta última especialidad se están centrando nuestros avasallados periódicos de papel.
El País lleva el tema a portada bajo un scoop que yo no sé cómo los de Greenpeace no se habían enterado: Una inusual ola de calor en los países nórdicos y Siberia alerta a los científicos. Por una parte, habría que alegrarse: creo que es la primera vez que un periódico español de los de toda la vida antepone la preocupación sobre el clima, los países nórdicos, Siberia y los científicos a nuestra incurable enfermedad coronaria, también llamada monarquía. Siglos hemos tardado en colocar la ciencia sobre la corona o la cruz. Ay, si levantara la cabeza Galileo.
“La AN abre investigación por las cintas de Corinna”, titula en baja voz el diario que dirige Soledad Gallego-Díaz. En El Mundo, quizás aun escocidos por el papel que pudo tener Juan Carlos I en el destronamiento de Pedro J., sí citan al viejo rey en titular. La Razónrelega la breve y anodina información a página 24, y ABC la patea incluso más allá, a la 26, con esta simpática interpretación: “Villarejo declarará sobre Corinna por un informe de Asuntos Internos”.
Acabáramos. O es una errata y el titular quería decir asuntos íntimos, o es que a partir de ahora los debates sobre lencería deberán celebrarse a puerta cerrada y sin medios de comunicación, no sea que los españoles despertemos de la Arcadia feliz de nuestra democracia perfecta en paños menores.
En resumen. Que de la lectura de nuestra prensa solo he sacado la epistemológica conclusión de que Rajoy “se marchó con elegancia”, pues lo destacan todos al unísono y a la vúlgara. Yo no veo tanta elegancia: este señor, antes de marcharse de la fiesta, me robó el pasaporte. ¡Arriba Apatria!
¿Llegado el caso un pelotón de soldados salvará a la Constitución (y a los españoles)? El Estado Mayor ya ha…