Patricia Castro | Mundo Obrero
Buscar culpables es uno de los deportes nacionales de este país, tan traumatizado por un pasado lleno de sangre como por un futuro poco alentador. Después del mitin de Vox en Vistalegre –ese palacio que en otros tiempos llenaba Podemos, con consignas socialdemócratas pero preferibles a las del partido fascista de Santiago Abascal–, en el que consiguieron reunir a unas 10.000 personas, el asunto del auge del fascismo ya no es para tomárselo a broma. Más bien asusta. Nos dan ganas de echarnos a correr, pero tampoco sabemos muy bien hacia dónde. Y en ese transcurso nacen los monstruos, como diría nuestro querido Antonio Gramsci.
Se usa al feminismo como chivo expiatorio para todos los males que sufre nuestra clase. Es fácil buscar explicaciones simples a fenómenos complejos. Pero lo cierto es que el ascenso de los partidos ultraderechistas nada tiene que ver con los movimientos feministas que llenan calles y portadas de prensa. Más bien es al revés. Mientras unas luchan –con mayor o menor acierto, mucha o nula conciencia de clase– contra los poderes establecidos, estos partidos se dedican a levantar odios profundos. El giro nacionalcatólico del PP con ese Viva el rey de Casado, el partido de Jair Bolsonaro en Brasil que ha despertado la furia feminista del país, Salvini y su insistencia con cerrar las fronteras, Marine Le Pen o los fascistas suecos. Por no hablar del showman-machista-reaccionario de Donald Trump. Ese que dijo A las mujeres hay que cogerlas por el coño, como si fuéramos ganado. No corren buenos tiempos, eso está claro.
Silvia Federici, en Calibán y la bruja, habla de una de las claves que hicieron posible la caída del sistema feudal: la unidad de clase. Nos explica que las mujeres gozaban de cierta autonomía y libertad entre sus compañeros, y cómo la clase burguesa en ascenso, aliada con los viejos estamentos feudales se encargó de dinamitar, creando la imagen de la mujer sumisa y ama de casa que todos conocemos y que el cine de Hollywood tanto se ha molestado en inculcarnos. ¿Con esto que quiero decir? Más allá de las disputas teóricas, debemos remar todos a una. Los que siempre han mandado lo quieren seguir haciendo, y nosotros no podemos seguir siendo parte de su circo. Porque en su juego, ellos rién, aman y comen, y nosotros ponemos las lágrimas, el sudor y la sangre.
No corramos a crear hombres de paja con todo aquello que no entendamos, al final se acaban quemando y las bestias siguen ahí. Oliendo el miedo. Esperando a nuestro momento de debilidad para engullirnos. El culpable del ascenso de VOX no son las feministas, ni los extranjeros; no hay un malo malísimo –un George Soros conspirador– en esta película. Nunca puede tener la culpa el esclavo, el oprimido, el que busca hablar cuando le han callado siempre. No funciona así. El fascismo es un nosotros y nosotras contra ellos, que solo será posible con solidaridad obrera y sororidad feminista. Si seguimos buscando tantos enemigos entre nuestras filas, débiles y poco cohesionadas, corremos el riesgo de que sea demasiado tarde y quedarnos solos. Recordad que juntos somos invencibles, somos la mayoría. Porque otro mundo es posible, hoy, mañana y siempre.
Publicado en el Nº 320 de la edición impresa de Mundo Obrero octubre 2018
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