Los historiadores Paul Preston, Pura Sánchez y Ángel Viñas analizan para elDiario.es cómo el periodo republicano quiso cambiar el país y cómo las oligarquías patrias destrozaron el proyecto.
España, en los años 30 del siglo pasado, mantiene una estructura casi medieval: en los pueblos mandan el cacique, el alcalde y el cura. Y el proceso de transformación de la II República busca un cambio radical que coloque al país como una de las democracias más avanzadas del momento. Una odisea, sobre el papel, que sin embargo empieza a tomar forma desde el 14 de abril de 1931.
Pero, ¿qué razones tumban el proyecto? ¿Por qué España no culmina la metamorfosis que persigue asentar los derechos de la mujer o la educación y la cultura como bases de esta mutación inacabada? ¿Por qué una parte de la sociedad del momento va desacompasada con los avances propuestos? ¿Qué poderes atacan la experiencia republicana?
Cambio de paradigma para España
«La llegada de la República estimula una esperanza masiva de dejar atrás la incompetencia y la corrupción del sistema político de la monarquía», asegura Paul Preston, en conversación con elDiario.es desde Londres (Reino Unido). Pura Sánchez incide sobre aquel propósito de transformación: «El proyecto republicano, aunque reformista, necesitaba tiempo para desarrollarse; un tiempo que no tuvo».
Preston señala el cambio de paradigma que sustenta ese nuevo Gobierno de España que forma la «coalición republicano-socialista» bajo «dos grandes programas». «Los republicanos», de un lado, «quieren acabar con el militarismo y el poder de la Iglesia, sobre todo en cuestiones de enseñanza. Los socialistas quieren reforma agraria y más derechos sociales para los obreros, tanto del campo como de la industria», apuntala el hispanista.
Las reformas económicas, sociales, políticas, culturales y de régimen de familia que impulsaron las izquierdas implicaban una declaración de guerra al ‘statu quo’ económico y social heredado de la monarquía
Las dos patas gubernamentales exhiben, además, «ambiciones para ampliar los derechos de la mujer». Estos ejemplos «paradigmáticos» acaban revelándose como «intentos insuficientes por parte de los gobiernos republicanos de poner en marcha las reformas, unido, claro, a las resistencias de las fuerzas conservadoras: la oligarquía, la Iglesia católica y una parte de la cúpula militar», opina Sánchez.
Estas «reformas económicas, sociales, políticas, culturales y de régimen de familia que impulsaron las izquierdas implicaban una declaración de guerra al statu quo económico y social heredado de la monarquía», explica desde Bruselas (Bélgica) el historiador Ángel Viñas. Y, en particular, subraya, tres mejoras clave: «agraria, del sistema de relaciones laborales y del sistema educativo».
El boicot de las oligarquías patrias
Las oligarquías patrias evidencian la firme convicción de frenar el creciente anhelo transformador. Si una parte de la sociedad quiere mutar la piel del país, los poderes fácticos ponen toda la carne en el asador para evitar el giro de bisagra. «Toda esta combinación de ambiciones –de la II República– suscita la oposición férrea de la Iglesia, de la alta oficialidad militar, los latifundistas, los industriales y los banqueros», resume Paul Preston.
Tienen el poder. Y lo ejercen. «Es una alianza fortísima con mucho control de los medios de comunicación y mucho dinero», asegura el hispanista. El boicot oligárquico arranca en el minuto uno. «Algunos empiezan a obstaculizar las reformas en el campo, otros directamente a conspirar», explica Preston. Los palos en la rueda se multiplican desde el 14 de abril del 31.
Se cometió el error de pensar que si se pausaba el ritmo de los cambios, las fuerzas reaccionarias se tranquilizarían, lo que no iba a suceder en modo alguno. Quienes aspiran a tenerlo todo rara vez están dispuestos a contentarse con una parte
«En el fondo se cometió un error de planteamiento: pensar que si se pausaba el ritmo de los cambios, las fuerzas reaccionarias se tranquilizarían, lo que no iba a suceder en modo alguno», analiza Pura Sánchez. Pura entelequia. «Quienes aspiran a tenerlo todo rara vez están dispuestos a contentarse con una parte», resume la investigadora.
Poner los cambios al ralentí no calmó a la fiera de espíritu golpista, «sino que puso en contra también a una parte de la clase obrera, que veía pospuestas o frenadas sus aspiraciones de justicia social», según la profesora. «Esto significa que el programa de reforma va lentísimamente», coincide Preston.
La derecha saca la conclusión de que una izquierda unida ganaría las elecciones de 1936 y que, ante esto, la única solución para sus intereses es un golpe militar para acabar con la República
Y el frenazo atraviesa los órganos vitales del nuevo régimen democrático: «provoca a los anarquistas, que ven a la República como igual de nociva que la monarquía», y «frustra a la izquierda del PSOE». La fractura de la coalición deriva en la victoria electoral de las derechas en el 33 que garantiza «el éxito de los obstáculos a las reformas», que las desmantela «e intensifica las divisiones sociales».
La solución final de la derecha golpista
La situación caldea las calles, al cabo. «Permite a la derecha tildar a la República de ser incapaz de mantener el orden público y así justificar la idea de la necesidad de un golpe militar», dice Preston. La solución final de la derecha golpista permanece viva.
La represión posterior a la «insurrección de Asturias» de octubre del 34 deja una doble lectura: «Convence a la izquierda que, para volver a controlar el aparato del Estado, hace falta unidad y se crea el Frente Popular». La derecha, en cambio, «saca la conclusión de que una izquierda unida ganaría las próximas elecciones (febrero de 1936) y, que ante esto la única solución para sus intereses es un golpe militar para acabar con la República», describe Preston.
«La República fracasó porque los republicanos no supieron y no pudieron atajar la conspiración que se fue fraguando en las fuerzas armadas contra ella desde, por lo menos, 1934», afirma Ángel Viñas. «La combinación de ineficacia con la persistencia de la ayuda fascista a los conspiradores monárquicos, que tutelaron la subversión en el Ejército, fue determinante», mantiene.
«La República fue no tanto un proyecto fracasado cuanto un proyecto interrumpido de forma violenta en 1936 por un golpe de Estado», defiende Pura Sánchez. La iniciativa transformadora «ya había sufrido una paralización y una desvirtuación importante tras las elecciones de 1933, cuando las derechas llegan al poder y tratan de revertir lo que se había puesto en marcha a partir de 1931», resalta.
Y estalló el golpe de Estado –larvado durante años y con una intentona en 1932, la Sanjurjada– desde el 17 de julio de 1936. Una rebelión armada contra la democracia republicana que gestionan y fomentan las oligarquías económicas, militares y religiosas del país. Y una sublevación que, con su fracaso, provoca la guerra civil. El resto, también, es historia: desde el genocidio fundacional del franquismo a décadas de dictadura y otras tantas de desmemoria.
Fuente: eldiario.es
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