Víctor Arrogante
Entre los días 10 al 15 de mayo de 1931, cuando aún no había transcurrido un mes desde la proclamación republicana, en Madrid, Valencia, Alicante, Málaga, Murcia, Cádiz y Sevilla, se produjeron manifestaciones violentas anticlericales, con asaltos, saqueos e incendios de iglesias, monasterios y conventos. No tuve en mi mano ninguna tea, como sí tuve un martillo años después en una huelga contra la banca en Madrid, en una mañana de cristales rotos. No quemé ninguna iglesia, pero olí su humo embozado en un pañuelo rojo.
A diferencia de casi todos los países del mundo, el Vaticano no reconoció a la República que había nacido el 14 de Abril. Los obispos aconsejaron obediencia a las autoridades establecidas, pero al mismo tiempo justificaron que no se las reconociera, alegando que el gobierno se llamaba a sí mismo «provisional» y que el rey se había marchado sin abdicar. La Iglesia que defendía al rey, mantuvo su postura provocativa. Hasta entonces nadie había molestado a la Iglesia; pero su beligerancia hizo que la gente recordase que el catolicismo y la odiada monarquía eran uña y carne, con un mismo destino y no era universal.
No se habían apagado los ecos de los miles de vítores que proclamaron la República en la Puerta del Sol, cuando el cielo azul de Madrid se tiño de humo negro. Comenzaban unos acontecimientos que marcaron el devenir de la República naciente. El 14 de abril fue uno de los días más felices de mi vida; Madrid era una fiesta. No hubo sangre, pero la habría, cuando el general Franco, parte del ejército, el capital financiero, el fascismo de falange y los monárquicos dolidos golpearon a la República hasta su muerte.
La inauguración en la calle de Alcalá de un Círculo Monárquico el 10 de mayo, fue considerada por algunos republicanos como una provocación. La respuesta fue el intento de incendiar los locales del diario monárquico ABC. Al día siguiente, grupos incontrolados quemaron algunos edificios de culto de la Iglesia.
El 14 de abril llegó la primavera. Los claveles rojos, amarillos y malvas abiertos, extendían su fragancia al pueblo entusiasmado, que en oleadas llegaba a la Puerta del Sol, desde todas las calles y recovecos. ¡Todos a la Puerta del Sol! Las flores en los bucles negros de las modistillas alegres, con el puño en alto por la Gran Vía, Recoletos, Atocha y Alcalá. Todo lo vi encaramado en un farol entre Mayor y Arenal. Las banderas tricolores colgaban de los balcones. Me convertí en un niño republicano; más tarde sería ayudante de un fusilero miliciano en la Batalla por Madrid.
Cuenta Josep Pla, que en la madrugaba del domingo 10 de mayo, surge una palabra que cubre rapidísimamente la Puerta del Sol. «¡Los conventos! ¡Los conventos!». Los jesuitas tenían el convento, llamado de la Flor, cerca de la Gran Vía y hacia allí se dirigió la multitud. Los manifestantes haciendo una pira con sillas y bancos, rociada de petróleo, todo ardió. En las inmediaciones de la Gran Vía, la gente contempla el espectáculo; yo vi salir bocanadas de humo por el rosetón de la iglesia.
El 6 de mayo el gobierno había decretad que la asignatura de religión no sería obligatoria y la Iglesia lo consideró inaceptable. El Primado de España, cardenal Segura, en una carta pastoral incendiaria, se refrió a las graves amenazas anárquicas que amenazaban a España y agradecía al monarca huido por consagrar a España al Sagrado Corazón de Jesús. Exhortaba a las mujeres a organizar una cruzada de oraciones y sacrificios para defender a la Iglesia. La pastoral insinuaba la conveniencia de derrocar al gobierno mediante la lucha armada. Primer aviso.
Los acontecimientos según Miguel Maura, ministro de la Gobernación se desarrollaron así: Los de la Acción monárquica independiente habían solicitado permiso para celebrar una reunión en su local social, que se les había concedido dentro de la ley. Poco después de mediodía, un grupo de jóvenes salió dando gritos de ¡Viva el Rey! y ¡Muera la República! Los taxistas que estaban frente al edificio gritaron ¡Viva la República! y fueron agredidos por los monárquicos. La gente se arremolinó y formó un grupo compacto, que en protesta airada quiso asaltar el edifico. El ministerio de la Gobernación dio las órdenes necesarias para lograr que el local fuera desalojado sin daño para las personas y que fueran detenidos los responsables del tumulto.
A las cinco de la tarde, el ministro de la Gobernación llegó al lugar del suceso y dirigió la palabra a la muchedumbre, rogándole que se retirase y que dejase a la Guardia Civil cumplir su cometido de conducir a los detenidos a la Dirección General de Seguridad. A las tres y media de la tarde una manifestación numerosa se dirigió al periódico ABC en son de protesta. Desde las ventanas altas del edificio se hicieron varios disparos contra la muchedumbre, resultando herido el portero del número 68 de la calle de Serrano y un muchacho de trece años. El ministro de la Gobernación requirió al fiscal de la República para que requiriera del juez un mandamiento judicial para practicar un registro en ABC y en su caso clausura del local.
Fuerzas de la Guardia civil y comisarios de la Policía, con el oportuno mandamiento judicial fueron a ABC y practicaron el registro, encontrándose algunas armas. El ministro, amparado por la orden del juez, dispuso la clausura del periódico y la detención de Juan Ignacio Luca de Tena, quedando a disposición del director general de Seguridad para indagar sus responsabilidades, no sólo por lo ocurrido en ese día, sino por la insistente campaña de provocación y alarma que ese periódico venía realizando.
Durante toda la tarde el público desfiló para cerciorarse de lo sucedido ante los conventos incendiados. Por encima de los tejados se divisaban las columnas de humo que despedían los incendios del colegio de las Maravillas, en los Cuatro Caminos; del Instituto Católico de la calle de Alberto Aguilera, de los Carmelitas de Santa Teresa, en la plaza de España, así como en la Residencia de Jesuitas de la calle de la Flor.
Pese a aquel «Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano» de Manuel Azaña, a las cuatro de la tarde y en vista de que la fiebre anárquica no remitía, se acordó declarar el estado de guerra: Artículo 1º. Quedarán sometidos a la jurisdicción de Guerra: Primero. Los delitos de rebelión, sedición y todos los demás que afecten al orden público. Los delitos que se cometan contra la seguridad e integridad de la Patria; los delitos que se cometan contra la libertad de contratación y del trabajo; los que se realicen o tiendan a causar desperfectos en cualquier clase de vías de comunicación telegráfica y telefónica, circulación de trenes, vehículos de servicio público o de transporte de mercancías; las personas que promuevan o asistan a reuniones o manifestaciones no autorizadas; los que por medio de la imprenta exciten directa o indirectamente a cometer delitos comprendidos en este bando; Los que tiendan a impedir el abastecimiento de artículos de primera necesidad; Y Noveno. Los que maliciosamente causen daños en establecimientos comerciales o puestos de venta.
El martes 12 de mayo los diarios con grandes titulares informaban sobre los graves acontecimientos. Solidaridad Obrera, órgano de la Confederación Regional del Trabajo de Cataluña y portavoz de la CNT de España, decía: ¡Pueblo! Las hordas monárquicas atacan la libertad. Defiéndela con energía. El pueblo de Madrid, con gesto viril rechaza la emboscada. Quema de numerosos conventos. Se ha declarado el estado de guerra. La CNT invita al paro general, como protesta ante la ofensiva reaccionaria.
La Agrupación al Servicio de la República condenó los hechos: Quemar conventos e iglesias no demuestra ni verdadero celo republicano ni espíritu de avanzada, sino más bien un fetichismo primitivo o criminal que lleva lo mismo a adorar las cosas materiales que a destruirlas. El diario El Socialista publicó: La reacción ha visto ya que el pueblo está dispuesto a no tolerar. Han ardido los conventos: ésa es la respuesta de la demagogia popular a la demagogia derechista. Y el 15 de mayo: los religiosos disparaban contra los obreros, utilizando fusiles, bombas de mano y ametralladoras.
Los acontecimientos se produjeron al mes de inaugurarse la República y en la memoria colectiva de muchos católicos quedaron grabados como el primer asalto contra la Iglesia por parte de la República laica. Las consecuencias fueron desastrosas para la República, escribió después Niceto Alcalá-Zamora: le crearon enemigos que no tenía y mancharon su crédito hasta entonces diáfano e ilimitado.
No se sabe quién quemó los edificios religiosos que ardieron aquellos días. La izquierda republicana y los socialistas hablaron de la existencia de una conspiración monárquica y clerical e interpretaron los hechos como un aviso para el Gobierno Provisional sobre su política moderada.
En la semana trágica hubo en Madrid cuatro corridas de toros en la plaza grande y dos corridas de novillos en la de Tetuán con mucha gente en los tendidos. A medida que pasaban las horas después de la quema, se oía decir que se había acabado la luna de miel de la República. Se habían suspendido las garantías constitucionales.
La primavera de Madrid había sido magnífica y la quema de los conventos un espectáculo oscuro de los que no se ve todos los días.
Víctor Arrogante, profesor y analista político.
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