Víctor Arrogante.
Me remito al artículo «Algo por lo que merece la pena luchar», que aparece en mis Reflexiones Republicanas (2013). En el que venía a decir que abandoné la militancia en el PSOE hace años; aunque nunca la militancia socialista por la igualdad, la justicia social y la solidaridad. Desde que conocí estas ideas, enseguida me di cuenta que era algo por lo que merecía la pena luchar. La justicia social, la igualdad y la solidaridad, fueron demandas del Partido de Pablo Iglesias y transcurridos más de cien años, en lo esencial, siguen siendo hoy proclamas y reivindicaciones vigentes, para el mayor bienestar y dignidad de las personas.
Por aquel entonces se consideraba que la sociedad era injusta, porque dividía a sus miembros en clases desiguales y antagónicas: los dominantes y los dominados. Los que lo tienen todo, recursos, dinero y poder; y los que nada tienen, salvo su fuerza vital para trabajar. Los privilegios de la burguesía estaban garantizados por el poder político y económico, del cual se valía para dominar a los trabajadores. Para superar estas contradicciones comenzó la lucha de los socialistas decimonónicos. Aquel análisis vale para hoy, y la lucha sigue siendo necesaria para conseguir los mismos objetivos.
Cuando todo iba consiguiéndose y superándose lentamente, durante la Segunda República, llegó la guerra y con ella, la oscura noche de la dictadura. Muerte, dolor, exilio y sufrimiento para tantos compañeros y compañeras, que posiblemente no entenderían hoy la situación por la que atraviesa el socialismo; sin un norte ideológico claro. Veremos que ocurre en el próximo 40 Congreso del PSOE.
La historia del PSOE es larga y rica en debates sobre ideas, estrategias y objetivos. Recuperar la memoria es importante para conocer y superar lo superable. En el Congreso de Suresnes (1974) comenzó el cambio de orientación política e ideológica, de la edad moderna del Partido, donde se acordó adaptar la idea y la acción a la lucha por la democracia y las libertades desde el interior. En el XVIII Congreso de 1979, con aquel «hay que ser socialistas antes que marxistas» de Felipe González (y su maniobra de dimisión como secretario general), continuó la revisión ideológica, y ya no se ha parado. Aquel día, que por cierto yo estaba en el servicio de orden del Congreso, entendí lo que significaba aquel discurso: vaciarse, soltar lastre, entregar el método, la forma de la acción y algunos objetivos históricos, por el reconocimiento internacional.
Con la etapa de Transición a la democracia, el Partido y su siempre leal y responsable política de Estado, entendió que lo primero era lo primero y por tanto prioritario. Con ello se volvió a perder algún que otro principio ideológico y seña de identidad: hay que ser socialista antes que marxista y además sin República y con monarquía parlamentaria; que defiende por encima de cualquier otra consideración.
Con los primeros gobiernos socialistas todo fue diferente. Desaparecida supuestamente la lucha de clases, comenzó el avance hacia el bienestar: educación para todos, sanidad universal, prestaciones y derechos sociales; cultura, inversiones, hospitales, carreteras,… Parece que podíamos convivir con el capitalismo, con la construcción de un Estado social democrático y de Derecho como objetivo. Después, poco a poco, todo se fue frustrando. El bienestar con democracia, no era lo mismo que el socialismo democrático; el capitalismo estaba intacto y la ideología socialista en venta.
Yo venía a preguntarme hace algunos años, que ante una realidad calamitosa cuál es la alternativa del Partido Socialista Obrero Español. ¿Hacer una política corta, a la zaga de la política de la derecha, enmendando, proponiendo pactos y acuerdos por responsabilidad? La crisis económica y financiera, nunca pudo ser la coartada para hacer lo que los mercados y el poder económico nacional e internacional demandan. No caben excusas para no moverse o seguir retrocediendo.
Ha habido demasiada renovación en la historia reciente del partido. A mi entender, los socialistas tienen que seguir gobernando en un frente amplio de izquierdas; enfrentarse y dar respuestas a los nuevos retos que la sociedad demanda; dotarse de una organización fuerte, sólida y participativa, en la que la opinión de las bases sean tenidas en cuenta; leal con las ideas, principios y valores socialistas de siempre; representar los intereses de quienes tienen que trabajar para poder vivir y a los más necesitados socialmente; presentar un modelo social diferente y alternativo, por una sociedad justa, en la que la igualdad sea una realidad y la solidaridad una forma de ser y actuar. Tiene que recuperar la ideología socialista, con todas las consecuencias, como fondo y forma de hacer política.
Permítanme haga memoria, recordando el Programa Máximo del PSOE aprobado en 1880, que pese al tiempo transcurrido sigue estando vigente. Hay que adaptar algunos términos aquí y allá, darle algún retoque conceptual; incorporar algunas medidas sociales y medioambientales de actualidad y tendríamos una propuesta de programa para el siglo XXI. En lo fundamental, intrínsicamente, es totalmente válido.
¿Piensan qué me he quedado encastillado en la concepción del siglo XIX?, no es mi opinión. En el estricto sentido de lo que quiero decir no estoy anclado en el pasado, sino todo lo contrario. Salvando las distancias históricas, muchas de las circunstancias de entonces, políticas, sociales y económicas, siguen estando vigentes y vigente es la necesidad de cambiarlo todo.
El Programa al que me refiero no es una antigualla del pasado. Han transcurrido casi dos siglos y algunas de las reivindicaciones de entonces, se pueden seguir haciendo hoy. Ha cambiado el modelo social. Ha surgido la llamada clase media y al proletariado se le denomina productor o trabajador y trabajadora. Pero la clase dominante sigue siendo la misma de entonces: los que tienen todo y todo lo pueden.
Decía el Programa. Considerando:
– Que esta sociedad es injusta, porque divide a sus miembros en dos clases desiguales y antagónicas: una la burguesía, que, poseyendo los instrumentos de trabajo, es la clase dominante; otra, el proletariado, que, no poseyendo más que su fuerza vital, es la clase dominada.
– Que la sujeción económica del proletariado es la causa primera de la esclavitud en todas sus formas: la miseria social, el envilecimiento intelectual y la dependencia política.
– Que los privilegios de la burguesía están garantizados por el poder político, del cual se vale para dominar al proletariado.
– Considerando que la necesidad, la razón y la justicia exigen que la desigualdad y el antagonismo entre una y otra clase desaparezcan, reformando o destruyendo el estado social que los produce.
– Que esto no puede conseguirse sino transformando la propiedad individual o corporativa de los instrumentos de trabajo en propiedad común de la sociedad entera.
– Que la poderosa palanca con que el proletariado ha de destruir los obstáculos que a la transformación de la propiedad se oponen ha de ser el poder político, del cual se vale la burguesía para impedir la reivindicación de nuestros derechos.
En aquel entonces el Partido Socialista declaraba cuatro aspiraciones: 1. La posesión del poder político por la clase trabajadora. 2. La transformación de la propiedad individual o corporativa de los instrumentos de trabajo en propiedad colectiva, social o común. Entendiendo por instrumentos de trabajo la tierra, las minas, los transportes, las fábricas, máquinas, capital-moneda, etc. 3. La organización de la sociedad sobre la base de la federación económica, el usufructo de los instrumentos de trabajo por las colectividades obreras, garantizando a todos sus miembros el producto total de su trabajo, y la enseñanza general científica y especial de cada profesión a los individuos de uno u otro sexo. Y 4. La satisfacción por la sociedad de las necesidades de los impedidos por edad o por padecimiento.
Como socialista (sin partido) la misión impuesta es la de luchar y difundir los valores y principios que identifican la justicia social, la igualdad y la solidaridad y siguen siendo proclamas y reivindicaciones necesarias y urgentes de conseguir para el mayor bienestar y dignidad de hombres y mujeres.
Al buen entendedor le sobran información y elementos de juicio como para entender que las circunstancias históricas no son las mismas, pero si lo son determinadas situaciones que hacen que las mujeres y hombres de hoy, sigamos estando sometidos al poder político y económico. Necesitamos alternativas para subvertir la realidad.
Víctor Arrogante, profesor y analista político.
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