Desgraciadamente, la radicalidad, el integrismo y el fanatismo siguen avanzando en nuestro planeta. Nos invade la consternación desde que el pasado fin de semana supimos del atroz ataque a Salman Rushdie, mientras éste estaba dando una conferencia en el estado de Nueva York, en defensa de la libertad de expresión y de que EE.UU. diera asilo a los escritores exiliados. El intelectual británico, de origen hindú, ha vivido escondido y con protección policial más de 30 años, desde que el líder religioso/político ayatolá Ruhola Jomeini (1989) emitiera un pronunciamiento, pidiendo su muerte por la publicación de su famosa novela “Los versos satánicos”. Pero también es terrible que el portavoz del Ministerio de Exteriores de Irán, Naser Kananí, haya responsabilizado al propio Rushdie del ataque por “insultar” al islam y a 1.500 millones de musulmanes. Una muestra más de la perversión de las religiones, de todas las religiones, frente a los librepensadores y los derechos humanos.
Resulta intolerable que alguien, en nombre de nadie o de nada, se otorgue la potestad de hacer callar o desaparecer a otros por disidencias o discrepancias. Es deleznable lo que le ha ocurrido al perseguido Rushdie, pero recordamos que TODAS las religiones han tenido siempre un brazo armado sectario y fanático, capaz de cometer crímenes en nombre de la pureza, de los textos sagrados y de tropecientas supersticiones o de pensamientos mágicos irracionales.
Todo indica que detrás de este intento de asesinato está el llamado Estado Islámico o Daesh, pero cabe poner de relieve que en el llamado “Occidente civilizado” -sí, el nuestro-, nos vanagloriamos de ser más buenos que los demás, cuando hemos sido los causantes de las mayores matanzas, holocaustos, persecución del pueblo palestino, genocidios, esclavitud en masa, deportaciones, guerras, saqueos, pederastia ocultada y consentida, golpes de estado…, donde la religión ha estado influyendo o en connivencia con la mayoría de estas bestialidades.
Es indudable que este mundo ha ido evolucionando a mejor, en tanto ha priorizado respetar a la ciudadanía por encima de sus creencias en dioses, patrias y otros productos ideológicos de las culturas. En nuestras sociedades solo han de ser «sagradas» las personas, el libre pensamiento, los derechos humanos, y no necesariamente las creencias, opiniones, ideologías religiosas o adoctrinamientos de unos iluminados.
Todas las religiones fueron y siguen siendo “el opio del pueblo” (Karl Marx), teniendo como papel producir un alejamiento de la realidad, un olvido de los problemas que plantea el sobrevivir, un refugio. Así el pueblo adoctrinado y alienado busca evadirse a otro futuro mundo imaginario, en el que se le promete una vida mejor y la salvación eterna. Por ello lo único respetable son las personas, y parte de ese respeto es procurar salvarles del yugo y candado mental que imponen unas religiones que les cercena como individuos. Las creencias religiosas son algo privado, propio de la conciencia de cada cual, pero cuando éstas salen de la esfera interior para imponerse socialmente, se convierten en un instrumento político reaccionario que beneficia a las clases dominantes y ayudan a hacer sumisas a las mujeres, a las minorías, a los pobres, a los explotados y a los más débiles de la sociedad. Es entonces cuando las religiones se convierten en integrismo.
El problema actual es que tanto el cristianismo, como el islamismo o el judaísmo, aportan las ideas fanáticas necesarias para los sectores reaccionarios que dominan políticamente este mundo loco. Lo que no nos deja otra salida, que no sea aplicarnos en la tarea de defender la ciencia y la razón, lo único que ha permitido mejorar a la especie humana a través de su historia.
Para concluir, nuestro particular sarcasmo nos hace sacar a relucir una frase que nos recordaba, no hace mucho, un buen amigo: odiamos las religiones, incluso la nuestra que es la “verdadera”.
¡Seguimos!
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