Por Victoria López Barahona.
El 24 de agosto de 1936, en Valladolid, unos hombres sacaban de su domicilio a la pedagoga Aurelia Gutiérrez Blanchard, que en ese momento ejercía como profesora en la Escuela Normal de esa ciudad y era Inspectora de Enseñanza. Forzada a subir en un vehículo, la trasladaban junto a otras seis personas a un descampado cercano a Santovenia de Pisuerga. Allí la mataban de un disparo en la cabeza. Tenía 58 años.
Esta fue una de las ejecuciones extrajudiciales o “paseos” que formaron parte del aparato represivo de los golpistas. Los docentes comprometidos con los ideales republicanos fueron uno de sus principales objetivos [1]. Como sucediera en otros casos similares, tras asesinar a Aurelia, sus ejecutores entraron en la casa donde se alojaba y destruyeron sus pertenencias: papeles, libros, archivo e incluso el álbum de fotos familiar. Su intención era borrar todo rastro de la vida y obra de esta mujer.
Pasaron muchas décadas, pero, a la postre, ese objetivo no lo han alcanzado. Gracias a las personas e instituciones comprometidas con la recuperación de la memoria histórica, hoy podemos ver en Valladolid una placa en honor de Aurelia Gutiérrez Blanchard [2]; la Universidades de Granada y Valladolid han reparado y reconocido su labor docente [3]; en Melilla, una calle ya lleva su nombre [4]. Aurelia tiene incluso una entrada en Wikipedia y varios blogs, artículos y capítulos de libros han contribuido a reconstruir su biografía [5].
Con todo, aún no se ha dado a conocer suficientemente no sólo el aporte y dedicación de Aurelia a la renovación pedagógica por la que a comienzos del siglo XX pugnaban las mentes más avanzadas, sino también el ejemplo que dio como mujer y madre a sus contemporáneos. El valor tanto intelectual como humano de Aurelia Gutiérrez Blanchard merece que empecemos a cubrir esa insuficiencia.
Con este propósito, en lo que sigue haremos un esbozo biográfico de esta personalidad represaliada y trataremos de entresacar las principales líneas de su pensamiento y acción en el contexto de la España del primer tercio del siglo XX. Nos apoyamos para ello en las muy escasas fuentes disponibles hasta ahora, tanto públicas (de carácter periodístico principalmente) como privadas (epistolario y testimonios de quienes la conocieron personalmente) [6].
Aurelia nacía en Santander el 1 de diciembre de 1877 en el seno de una familia de la burguesía ilustrada, conocida en la región por su cultura y liberalismo. Su abuelo, Cástor Gutiérrez de la Torre, había fundado en 1856 el periódico La Abeja Montañesa. Su padre, Enrique Gutiérrez Cueto, fundaría El Atlántico, cabecera histórica de la prensa cántabra, que vio la luz en enero de 1886. Su madre, Concha Blanchard Santisteban, era hija de un francés de ascendencia polaca. Hablaba varios idiomas y profesaba el catolicismo, mientras que su marido, en lo religioso, se mostraba neutral. Después de Aurelia, Concha tuvo otros cuatro hijos: Fernando, Carmen, María y Ana. María llegaría a ser la célebre pintora conocida como María Blanchard [7].
Aurelia se crió, por tanto, en un ambiente culto y refinado. José María Pereda era amigo de la familia, como lo serían también Ramón Gómez de la Serna y Federico García Lorca, que dedicó una elegía a María Blanchard [8]. Entre la casa de Santander, la veraniega de Comillas y la de Madrid, donde vivía su pariente Concha Espina, se celebraban tertulias a las que asistían destacadas figuras del mundo de la cultura y la política como Menéndez Pelayo, Marcelino Domingo, Rufino Blanco, Luis Zulueta, Julián Besteiro, Cansinos Assens y Antonio Machado.
En la España de la Restauración, poco antes del nacimiento de Aurelia Gutiérrez Blanchard, daba sus primeros pasos la Institución Libre de Enseñanza (en adelante ILE), fundada en octubre de 1876 por Francisco Giner de los Ríos, Nicolás Salmerón y Gumersindo de Azcárate, adscritos a la corriente filosófica del krausismo [9]. Estos tres prestigiosos catedráticos estuvieron entre los represaliados por la llamada segunda “cuestión universitaria”, movimiento de protesta contra el decreto que obligaba a los docentes a atenerse a los textos oficialmente autorizados y a ser fieles tanto al dogma católico como a la monarquía constitucional.
Cuando en España la enseñanza estaba bajo el dominio eclesiástico, la ILE ponía en práctica una enseñanza racionalista, mixta y laica (o, más bien, de neutralidad religiosa), basada en criterios de libertad e independencia de todo poder estatal y eclesiástico. Con unos métodos pedagógicos renovadores adquiridos en sus contactos con otros países europeos, la ILE articuló un sistema escolar en el que los distintos grados de enseñanza estaban interrelacionados. No había diferencias entre el profesorado de párvulos y el de los universitarios. Todos seguían una misma metodología cíclica, que ganaba progresivamente en extensión y profundidad [10].
Ciertamente, en “la España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía…” que diría Machado, donde la instrucción pública ofrecía un paisaje desolador -con el 71,5% de analfabetismo en 1887 (81,16% entre las mujeres)- [11]. , había fuerzas económicas y sociales que luchaban por sacar al país de su atraso y decadencia seculares. Eran relativamente numerosos los hombres y mujeres consagrados a esta tarea y a un renacimiento de la vida cultural que, en el terreno literario, dio lugar a la que se ha llamado “segunda edad de oro” de las letras hispanas.
Estas fuerzas renovadoras surgían de las organizaciones obreras, de los intelectuales, cuya importancia social aumentaba, y de las clases medias urbanas. Partían de una España dominada por la oligarquía de terratenientes que mantenía a los jornaleros rurales, mayoría de la población, en relaciones de servidumbre y jornales de hambre. En esta orientación oligárquica, había dos instituciones que desempeñaban una función de soporte: la Iglesia, lanzada a una lucha de intransigencia contra el laicismo y todo lo que caía bajo la etiqueta de “modernismo”; y el ejército, cada vez más vinculado a las clases dominantes y la Corona. Toda esta estructura se sostenía sobre la pirámide del caciquismo (con vértice en Madrid y base en cada comunidad rural), “fenómeno de corrupción y de desnaturalización de la mecánica jurídico-política”, en palabras de Tuñón de Lara [12]. O, como lo diría Joaquín Costa, “La libertad era cosa nueva, pero el cacique no” [13].
Las fuerzas renovadoras consideraban que la extensión y reforma radical de la educación eran claves para superar el atraso secular del país y la conspicua desigualdad social. El lema del institucionista Costa lo resumía en “Escuela y despensa”. La ILE -o los “institucionistas”-, que aglutinaba a buena parte de la burguesía ilustrada y liberal, llegó a tener influencia en el diseño político de la educación en sus diferentes niveles. De inspiración institucionista fueron dos decretos de 1900 y 1901 mediante los cuales se creaba el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, y se transferían los salarios de maestros y maestras, hasta entonces responsabilidad de las entidades locales, al Estado, lo que les daba estabilidad económica e independencia de los caciques.
En este ambiente socio-político, el horizonte de la enseñanza pública se iba ensanchando para las mujeres, aunque con avances y retrocesos al vaivén del “turnismo” político. La ley Moyano de 1857 fue la primera en sugerir la formación de escuelas normales femeninas. Un año después se creaba la Escuela Central de Maestras, que fue reformada en 1882, bajo influencia institucionista, para formar a un nuevo tipo de maestra normalista y reactivar las abandonadas escuelas normales provinciales. Esta reforma traía importantes cambios curriculares y requisitos. En 1909, asimismo por influjo de la ILE, se fundaba la Escuela Superior de Estudios de Magisterio, centro mixto, que ya prefiguraba el tratamiento universitario del magisterio, con secciones de letras, ciencias y labores, exámenes de ingreso y dotación de becas para estancias en el extranjero. Un año después, con Canalejas al frente del Consejo de Ministros, las mujeres pudieron cursar estudios superiores sin el permiso especial que hasta entonces se les había exigido [14].
Aunque el empeño de la ILE fue llevar la educación a todas las capas sociales, como demuestra la fundación de la Extensión Universitaria entre otros organismos, el grueso del alumnado de sus escuelas lo componían los hijos de la burguesía y pequeña burguesía liberal. En el caso de Aurelia Gutiérrez Blanchard, su primera formación seguramente tuvo lugar en su casa, como la de todas las mujeres de la familia. De niña conoció a Augusto González Linares, primer secretario de la ILE, con quien trabajó su tío Fernando Gutiérrez Cueto; y su otro tío, Domingo, también tuvo relación con la Institución a través del “grupo de Oviedo”.
Quizás estas influencias marcaron la posterior adhesión de Aurelia a la corriente institucionista, presente en toda su carrera docente. Su interés siempre se volcaría en la enseñanza primaria, para la cual creía indispensable que maestros y maestras adquirieran una esmerada formación:
“Me he convencido de que los buenos maestros hay que empezar a hacerlos, no desde la Normal (…), sino [desde] que en la más tierna infancia pisan la escuela primera, base fundamental y piedra angular de toda la formación humana” [15].
Tras el fallecimiento del padre de la familia en 1904, Aurelia se trasladó con su madre y dos de sus hermanas a Madrid. Ese mismo año contrajo matrimonio con el abogado y funcionario del Estado, Manuel Barahona Mugüerza, natural de Granada. Al año siguiente nacía su primera hija, Regina.
Entre 1907 y 1909, ya con su segundo hijo, llamado Manuel, Aurelia cursaba estudios en la Escuela Normal de Granada. Pero ella aspiraba a más. Probablemente por sus contactos con miembros de la ILE, supo del proyecto de fundar en Madrid la Escuela de Estudios Superiores de Magisterio. En 1910 superaba el examen de ingreso en este centro y, en 1912, terminaba obteniendo el número uno de su promoción en la sección de letras [16]. Compañeros suyos, de la sección de ciencias, fueron Federico Landrove Moiño y Alfonso Barea Molina, con los que volvería a coincidir en distintos momentos de su carrera. Se dice que también fue compañera de María de Maeztu, aunque ésta no consta en el listado de su promoción.
Durante ese bienio, el 22 de abril de 1911, nacía su tercer hijo, Enrique. La familia se trasladó a Granada, donde Aurelia impartió clases en la Normal de dicha ciudad, una vez obtenida la cátedra. Poco después, en 1912, daba a luz a su último vástago, Elena.
En aquel año de 1911, también a iniciativa de la ILE, el gobierno creaba la Dirección General de Primera Enseñanza, para organizar la educación de párvulos, con Rafael Altamira, discípulo de Giner y colaborador de Costa, como director.
En 1913, Aurelia fue elegida para dar clases en la Normal de Córdoba. De este año se conserva un artículo suyo sobre Francisco de Goya, que apareció en la prensa local:
“El alma fanática y bravía de España está tanto en aquellos majos altivos como duques, en los ojos de aquellas mujeres sin igual, ondulantes y flexibles, que respiran una gracia maligna y sensual desde la gentil cabeza hasta el pie menudo y nervioso, como en las escenas sangrientas de la guerra de la Independencia en que su pueblo se redime de ignominiosa opresión. Allí es Goya nuestro cantor y nuestro historiador, junto al cual asoma el filósofo que lamenta aquella perturbación de la vida por la barbarie de la guerra” [17].
Fue breve su estancia en Córdoba. En 1914, por permuta con Gloria Giner (hija de Hermenegildo Giner de los Ríos), encontramos a Aurelia como profesora numeraria de la Escuela Normal Superior de Maestras de Jaén, inaugurada en noviembre de 1913. Allí permanecería hasta 1918, con un sueldo anual de 2.500 pesetas [18].
Por estos años, Jaén tenía poco más de 26.000 habitantes, con unas tasas de analfabetismo de más del 80%. En la provincia predominaba la propiedad latifundista en manos de la nobleza. La jerarquía eclesiástica controlaba la enseñanza al igual que los medios de información; pero el socialismo ganaba terrero al lograr 15 concejales en 1915 [19].
A la entrada de Aurelia en la Normal de Jaén, su directora interina, nombrada en enero de 1914, era Victoria Durán Macías, de la sección de ciencias. Durán también procedía de la Escuela de Estudios Superiores de Magisterio, aunque de distinta promoción [20]. Ambas, junto a otras colegas “institucionistas”, tuvieron que lidiar con los intentos de intromisión en el propio centro de una figura de considerable influencia en la provincia, Pedro Poveda Castroverde, más conocido como el Padre Poveda, que en 1911 había fundado la Institución Teresiana dedicada a la formación intelectual de mujeres [21].
El conflicto que surgió en la Normal de Jaén en esos años es reflejo de los desencuentros entre las corrientes laicistas, defendidas por la ILE, y la confesional promovida por el estamento eclesiástico. El control del magisterio, de la inspección primaria y del profesorado de Escuelas Normales era terreno reñido entre la ILE y determinadas empresas de la Iglesia católica, del que no estuvo exenta la Institución Teresiana fundada por Poveda. Éste, apenas tuvo noticia de la apertura de la Normal de maestras Jaén, se apresuró a abrir una Academia-internado para las alumnas de magisterio que habían de llegar de varios puntos de la provincia. Allí “repasarían” lo impartido en la Normal [22].
Pero Poveda no era un clérigo cualquiera. Aurelia y sus compañeras institucionistas se hallaban ante alguien a quien esperaba un futuro en los altares [23]. Se trataba de una persona de notable sagacidad que comprendía cómo la obstinada pretensión de la Iglesia de monopolizar la enseñanza no era una vía aconsejable, pues perdía fuerza frente a la creciente aceptación de las nuevas enseñanzas no confesionales en la sociedad. Por ello, Poveda optó en su lugar por favorecer la presencia de docentes católicos, bien preparados pedagógicamente, en todos los centros públicos y privados [24].
Poveda suscitaba tanto fervientes adhesiones de quienes le consideraban poco menos que un santo, sobre todo entre las elites locales, como duras críticas de quienes, como el inspector provincial de primera enseñanza, antiguo compañero de Aurelia, Alfonso Barea Molina, llegaron a calificarle de “pretencioso imitador de Maquiavelo”, que “se da pisto de redentor y apóstol” [25]. Lo cierto es que Poveda intentó fundir su Academia-internado con la Escuela Normal, donde daba clase de religión, y esto produjo el “conflicto”, sobre el cual tenemos noticia solamente a través de una de las partes, la propia Institución Teresiana [26].
Es por ello que no podemos hacernos una idea objetiva de lo que allí pasó realmente, de quiénes movieron los hilos para que supuestamente se dieran de baja de la Normal algunas alumnas, residentes en la Academia de Poveda; para que se imputaran irregularidades administrativas y docentes a las maestras y su directora; para que, a consecuencia, de ello, se abriera expediente y ambas partes tuvieran que viajar a Madrid a entrevistarse con las autoridades competentes; para que se cesara como directora a Victoria Durán Macías y se nombrara a Eduardo Fernández Rábago, profesor de Historia en el instituto de secundaria, redactor del periódico carlista El Correo Español y asiduo a la casa de Poveda, con el encargo de redactar el informe de esas alegadas irregularidades [27].
A la postre, el expediente no tuvo efectos. Fernández Rábago dimitió como director y le sustituyó la que fuera primera directora, Eduarda Corro Sevilla [28]. No debieron demostrarse esas “irregularidades administrativas y docentes”, al menos por parte de Aurelia Gutiérrez Blanchard, ya que ésta fue nombrada directora del centro en mayo de 1917 [29]. , y vocal en los tribunales de oposición para maestros y maestras nacionales de primaria [30]. Sin embargo, llama la atención que en ninguno de los estudios consultados sobre la Escuela Normal de Jaén en su primera década se incluya a Aurelia Gutiérrez Blanchard en la nómina de sus maestras y directoras [31].
Debido quizás a su oposición al “entrismo” de Poveda y al ambiente agresivo que, por este motivo, tuvo probablemente que encarar por parte de las elites conservadoras, en 1918 Aurelia renunciaba como directora de la Normal de Jaén para trasladarse, por permuta, a la de Almería [32]. Desde allí escribió una carta a su “querida amiga y compañera”, María de Maeztu, directora de la Residencia de Señoritas de Madrid, para solicitar información sobre plazas disponibles para dos discípulas suyas de la Normal de Jaén, que querían opositar para auxiliares de Escuelas Normales [33].
Aurelia estuvo hasta 1925 en la Escuela Normal de Almería. En 1920, debido a la frágil salud de su hijo, Enrique, que tenía entonces 9 años, se le concedieron dos licencias, de un mes y de quince días respectivamente, para poder atenderle personalmente. Sus hijos mayores, Regina y Manuel, estudiaban en el mismo centro con notas sobresalientes.
En 1925 escribía, ya desde Melilla, a la Junta de Ampliación de Estudios solicitando una beca para estudiar en Italia, que no consta le fuera concedida. En 1927 ejercía como profesora de Pedagogía y Prácticas del Instituto General Técnico de Melilla, donde se impartían las clases para maestros y maestras, y era miembro de su patronato [34]. . El centro estaba dirigido por el citado Alfonso Barea Molina. En mayo de ese año, los alumnos de Aurelia daban varias conferencias sobre civismo, educación, patriotismo y canciones infantiles, entre otros temas.
En Melilla, enclave de la aventura colonial llamada Protectorado de España en Marruecos, no se habían apagado aún los ecos de la guerra del Rif, el desembarco de Alhucemas (1925) y la rendición del líder rifeño Abd el-Krim (1926).
El 28 de junio de 1928, el Telegrama del Rif sacaba en portada los “Actos en honor de los catedráticos de la Universidad de Granada”, que llegaban a Melilla a examinar del bachillerato universitario. Tuvieron tiempo de visitar la exposición artística del Instituto General y Técnico y asistir a la “fiesta teatral organizada por la profesora doña Aurelia Gutiérrez Blanchard”, en la que se representaba la obra El sueño del estudiante, “original de la citada culta profesora” [35]. Unas semanas después, el 19 de julio, Aurelia partía hacia Ginebra y Milán, con una beca de la Junta de Ampliación de Estudios, para adquirir conocimiento de las nuevas técnicas pedagógicas aplicadas en las escuelas de aquellos países [36]. Allí estaría hasta 1930.
La estancia de Aurelia en Suiza e Italia coincidió con los críticos últimos años de la dictadura de Primo de Rivera. En 1927, fruto del descontento estudiantil con la dictadura, se creaba en Madrid la Federación Universitaria Escolar (FUE), con la que Aurelia tendría relación durante sus últimos años en Valladolid. Poco antes de su partida, el gobierno de Primo de Rivera había decretado una reforma de la enseñanza universitaria en cuyo artículo 53 equiparaba el Colegio de Jesuitas de Deusto y el de Agustinos de El Escorial a las universidades del Estado en la expedición de títulos universitarios [37].
Esta medida encendió las protestas tanto del claustro de profesores de la Universidad Central como de la FUE. La agitación universitaria creció en intensidad. En 1929, Aurelia no pudo presenciar la huelga estudiantil a nivel nacional, que se extendió fuera del ámbito universitario. El gobierno respondió con represión encarcelando a los líderes estudiantiles, decretando la pérdida colectiva de matrículas, cerrando la Universidad Central y suspendiendo a sus autoridades. En respuesta renunciaron a sus cátedras algunos prestigiosos intelectuales como Ortega y Gasset, Jiménez de Asúa y Fernando de los Ríos. Los estudiantes prosiguieron las manifestaciones dando vivas a la República. La junta de gobierno de la FUE de Madrid fue a la cárcel y también se detenía a la estudiante Isabel Téllez. Ignoramos si Aurelia supo alguna vez que en la detención de esta joven colaboró su “querida compañera” María de Maeztu, que seguía dirigiendo la Residencia de Señoritas y era uno de los miembros del Consejo de la Asamblea Nacional de la dictadura, en la comisión de educación [38].
Cuando, en 1930, Aurelia se reincorporaba a su puesto de profesora de pedagogía en el Instituto General Técnico de Melilla, Primo de Rivera había presentado su renuncia al rey Alfonso XIII, lo que dio paso al régimen transitorio de Berenguer. El pueblo participaba cada día más en los acontecimientos políticos; la CNT se reorganizaba en Cataluña, la UGT aumentaba sus fuerzas; las huelgas menudeaban en varias provincias. La República llamaba a las puertas.
En junio de ese año de 1930, el Telegrama del Rif informaba de que en el Instituto General y Técnico había tenido lugar una exposición de trabajos realizados por los alumnos de cuarto año de Magisterio, que asistían a las clases de Pedagogía y Prácticas de Aurelia. Entre esos trabajos había una colección de láminas acerca de la vivienda a través de los tiempos, un libro de lectura y escritura simultánea, un álbum de láminas de diferentes aparatos agrícolas que se usaban en España, material geográfico en cartón con las fases de la luna, un juego froebeliano y un método para enseñar la suma y la resta [39].
La actividad de Aurelia no se detenía en los límites de la enseñanza, que para ella constituía un campo no sólo académico, sino también -y sobre todo- social. Varios historiadores coinciden en afirmar que los intelectuales krausistas, creadores de la ILE, pretendían “ir al pueblo” pero no “estar con el pueblo”. No fue el caso de Aurelia. Durante su estancia en Melilla, acudió a entrevistar personalmente a los mineros del Rif, que acababan de protagonizar una huelga, para conocer de primera mano sus condiciones de vida y trabajo. Esta investigación la plasmó en un amplio informe publicado en julio de 1931, poco después de la proclamación de la II República, algo que seguramente no gustó a los militares africanistas ni a la patronal minera. Tras una descripción detallada de las penalidades y la sobre-explotación que sufrían estos trabajadores a manos de empresas como la Compañía Española, así como de sus principales reivindicaciones, acababa el informe diciendo:
“Insisten mucho [los mineros], y ello les honra, en exigir que el problema de la enseñanza de sus hijos se resuelva mejor; lo que tienen de insuficiente y no les convence en su orientación inspirada en conveniencias patronales. Hay que ponerse, fervientemente, de su parte; escuelas donde se formen seres libres, fuertes y conscientes, no borregos para el matadero, no criaturas inermes, carne propicia a toda explotación (…) ‘No queremos que nuestros hijos vivan como nosotros. Volvemos deshechos del trabajo, y ni tiempo tenemos de leer los que sabemos’ (1). En este grito dolorido vibra la aspiración recóndita de todo ser humano a su liberación espiritual, que es, en suma, lo que persiguen las masas oprimidas al luchar aparentemente sólo por la conquista del bienestar material a que, por lo demás, tienen perfecto derecho. (1) Anoche me ha dicho un obrero que se vigilaban en las minas las lecturas de los obreros, prohibiéndoles ciertos periódicos.” [40].
En la firma de este informe aparece como Aurelio Gutiérrez Blanchard, lo que probablemente sea un error de imprenta.
En ese mismo año de 1931 publicaba en el Telegrama del Rif, con el título “Reorganización de la escuela primaria. Reflexiones fragmentarias”, dos artículos sobre las condiciones en que se hallaban las escuelas primarias en Melilla y en España en general, y cómo deberían reformarse tanto en su arquitectura, como en el número de niños por aula y su diseño curricular:
“El trabajo más bello, mas atractivo, que existe en el mundo, la labor de educar a la infancia, por error en los métodos, en la visión general del problema y en España, por acumulación absurda de niños en un local, se convierte en algo perfectamente estúpido, cuando no en una odiosa carga del trabajo forzado en un penal (…) En la “Maison des Petits” de Ginebra, vi salitas de trabajo pequeñas, sencillas en su amable “confort”. El número de niños en cada una no excedía de veinte”.
“Hablar de clases sociales refiriéndose a la escuela, más que absurdo, es un crimen de lesa humanidad para el que por desgracia están la inmensa mayoría de las gentes, sordas y mudas. Así, la escuela nacional en España es la “escuela de pobres”. En cambio, cuando aparece una bien organizada pronto se ve invadida por niños de clases acomoda[s] que, dada la escasez de escuelas, desplaza a los desheredados de la fortuna. Y esto no puede ser.”
“Hacer trabajar intensa, eficazmente, con gusto; proteger, presidir los ensayos de vida que realiza la infancia, tal es hoy el papel del maestro. A la escuela del alfarero ha seguido la del jardinero. No es barro inerte al que hay que dar forma convencional y petrificada; son seres vivientes que en lo físico y en lo espiritual, han de crecer siguiendo sus leyes propias” [41].
Estos artículos, que increíblemente están todavía de actualidad, muestran no sólo la preocupación de Aurelia por la reforma educativa, sino también su gran conocimiento de las corrientes pedagógicas innovadoras en las citas que hace de figuras como Claparede, Dewey, Dacroly, Ferriére, Cousinel y Montessory.
El 21 de mayo de 1931 se fundaba en Melilla una agrupación femenina en el seno de la Unión Republicana. Su primera directiva estuvo presidida por Obdulia Guerrero, maestra de primera enseñanza; y como secretaria se nombró a Elena Barahona, hija de Aurelia. Con el objetivo de elevar la cultura y la conciencia política de la mujer melillense, esta agrupación femenina republicana organizó un ciclo de conferencias que inauguró Aurelia Gutiérrez Blanchard [42].
Fue precisamente Obdulia Guerrero, comisionada por sus compañeros de carrera, quien en octubre de 1931 se desplazó a Madrid a entrevistarse con el director general de Primera Enseñanza, Rodolfo Llopis, y con el ministro de Instrucción Pública, Marcelino Domingo. El propósito de esta visita era demandar la creación en Melilla de una Escuela Normal de maestras, lo cual se hizo realidad pocos meses después. El 30 de abril de 1932, Aurelia escribía al alcalde de Melilla, para comunicarle que, por dirección telegráfica de la Dirección General de Primera Enseñanza del 19 del mismo mes, había sido designada directora interina de la Escuela Normal de Maestras, y se ponía a su disposición, tanto oficial como particularmente, para todo lo que redundara en el bien de la enseñanza [43].
El 20 de abril de 1933, el Ministerio de Instrucción Publica anunciaba concurso para la provisión de plazas de profesores numerarios de Escuelas Normales. De acuerdo al dictamen emitido por el Consejo Nacional de Cultura, se nombraba a Aurelia Gutiérrez Blanchard como profesora de Paidología en la Normal de Valladolid. En la noticia de La Gaceta de Madrid, donde se relacionan todos los nuevos nombramientos, con respecto al de Aurelia se dice:
“Maestra Normal como procedente de la Escuela Superior del Magisterio. Ha desempeñado el cargo de Regente de la Sección del Magisterio en la Escuela general y técnica de Melilla, además del de profesora de Pedagogía, y contribuido a la organización de la mencionada Escuela, colaborando con cuantas instituciones se relacionaban con el Magisterio, así como ha dado clases de Pedagogía práctica a un grupo de alumnos de la Residencia aneja en vista de su proyectado destino de Maestros de kábilas. Ha publicado numerosos artículos en revistas y periódicos de carácter pedagógico y social, así como ha dado varias conferencias y, en el año actual, un cursillo sobre los siguientes temas: “Individuo y comunidad”, “Virtudes del individuo y virtudes de la comunidad” y “Educación social”. Siguió en Ginebra, durante el verano de 1928, los cursos de vacaciones del Instituto J. J. Rosseau, los organizados por el Bureau International d’Education, y en la Universidad de aquella ciudad el organizado por la Unión Internacional de las Asociaciones en pro de la Sociedad de las Naciones. Ha desempeñado varios cargos y destinos de organismos técnicos y pedagógicos” [44].
Por desgracia, los “numerosos artículos” mencionados en este reducido curriculum vitae todavía no han sido localizados, salvo los referidos del Telegrama del Rif, como lamentablemente tampoco los que Aurelia escribió sobre el derecho de las mujeres a la educación, al voto y la participación en la vida pública [45]. . Es reveladora, no obstante, la información sobre su enseñanza a los futuros maestros de las cabilas durante su estancia en Melilla.
Así, en el curso 33-34, Aurelia Gutiérrez Blanchard se estrenaba como maestra de Paidología en la Escuela Normal de Valladolid. En la ciudad tenía muchos amigos y conocidos desde sus tiempos de estudiante, como el anterior director de la Escuela Normal y primer alcalde republicano, Federico Landrove Moiño.
Valladolid estaba en aquellos años envuelta en un ambiente de violencia política [46]. Aurelia entraba, de hecho, en uno de los principales avisperos del fascismo en España. Aparte de los enfrentamientos entre izquierdistas y falangistas, en Valladolid se libraba también, como afirma Orosia Castán, “una batalla sin cuartel entre la Iglesia y la República en la que aquélla disputaba fieramente sus privilegios sobre la educación, calumniando la enseñanza pública hasta extremos inconcebibles. Onésimo Redondo fue el principal impulsor del odio y la agresividad hacia la escuela republicana y sus maestros; llega a igualar la coeducación en la escuela con la prostitución, excitando a los padres católicos a impedir ‘la prostitución a la que intentan conducir a sus hijas…’” [47].
Como hiciera en todas las ciudades donde ejerció su magisterio, también en Valladolid Aurelia se implicó en la vida social y política local; pero nunca perteneció a ningún partido o sindicato, aunque tenía simpatías republicanas. Era simplemente una mujer inteligente, culta, independiente, activa, comprometida con las causas que creía justas. Sentía un profundo amor a su profesión, a sus hijos y a la infancia en general. Con motivo de la revolución de octubre de 1934 en Asturias, Aurelia escribía el 12 de mayo de 1935 al director del diario La Libertad lo siguiente:
“Muy Sr. mío: El día 2 o 3 del corriente giré a esa administración cinco pesetas que supongo habrán recibido, pero por no haber yo escrito ignorarían cuál sería su destino, que es el de la inscripción a favor de los niños huérfanos de los obreros asturianos muertos en la revolución. Felicito a ese diario por su humanitaria iniciativa encaminada a suplir el bárbaro y cruel olvido de los que ni ante la infancia inocente desarman sus odios. Es preciso continuar la campaña hasta lograr que a ninguna de esas infortunadas criaturas falten ni el pan ni una protección amorosa” [48].
Pronto su actividad educativa, política y social en Valladolid, su amistad con figuras republicanas, sus simpatías con los estudiantes del FUE (sindicato estudiantil de izquierdas), y sus frecuentes visitas a la Casa del Pueblo, donde no sabemos si impartió alguna conferencia, clase o simplemente participaba de los actos allí celebrados, la significaron entre las fuerzas fascistas [49]. De hecho, sabemos por carta que Aurelia envió a sus hijos, que una destacada falangista, también maestra, Rosario Pereda, la había amenazado de muerte [50]. Pero fue quizás su implicación en la defensa de uno de sus alumnos acusado de homicidio lo que acrecentó esos odios hacia su persona.
El 4 de marzo de 1934, en el teatro Calderón de Valladolid, se presentaba en sociedad la nueva coalición formada por Falange Española (FE) y las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS). Intervenían en el acto Ramiro Ledesma Ramos, Onésimo Redondo, Julio Ruiz de Alda y José Antonio Primo de Rivera. Este hecho incrementó la inquietud entre los partidos de izquierda. Hubo duros enfrentamientos a la salida del acto y choques con la fuerza pública, de los que resultaron algunos heridos de bala. Pero fue la muerte del joven estudiante Ángel Abella García, de las JONS, lo que daría un vuelco a la conflictividad política en la provincia [51].
Por este suceso fueron enjuiciados de urgencia en la Audiencia de Valladolid tres acusados, entre ellos Francisco Calle Blanco, alumno de Aurelia, antiguo miembro de la FUE y maestro nacional en Villanueva de los Infantes. Dos fueron absueltos, pero a Calle se le condenó a 14 años, 8 meses y un día de prisión. Esa condena fue recibida en la ciudad con indignación e incredulidad, ya que ninguno de los testigos de cargo aseguró que Calle estuviera entre el grupo que chocó con Abella, e incluso el fiscal reconoció en su informe no tener pruebas acusatorias. Se organizaron manifestaciones y peticiones de indulto mediante una campaña de recogida de firmas en la que Aurelia participó activamente. Más de veinte mil se lograron reunir, que la propia Aurelia, al frente de una comisión, se encargó de llevar a Madrid dadas sus excelentes relaciones con los altos cargos, como su antigua amistad con Marcelino Domingo, dos veces ministro de Instrucción Pública. Ello hizo que se presentara un recurso de casación ante el Tribunal Supremo [52].
Quizás temerosa por las amenazas recibidas, sabedora de estar incluida en la lista negra de unas fuerzas derechistas cada vez más envalentonadas, Aurelia intentó trasladarse a Madrid. En este contexto pudiera entenderse la carta que el 27 de febrero de 1935 dirigía por última vez a su “distinguida compañera”, María de Maeztu. En ella le pedía que la tuviera en cuenta para el puesto de directora de la Residencia de Niñas, aneja a la de Señoritas, de cuya vacante se había enterado por la Gaceta. Aurelia explicita que dicha plaza le “ayudaría en extremo obtenerla” y hace un breve repaso a sus circunstancias personales y méritos profesionales que la capacitarían para ello:
“No soy joven ni vieja, 57 años. Estoy ágil y fuerte, gozando de buena salud. No dependo de nadie ni nadie depende de mí ya que de mis cuatro hijos tres están ya casados (…) Por otra parte me gustan tanto los niños, que son para mí la compañía preferida y jamás me cansan ni aburren (…) Naturalmente no me falta experiencia del gobierno de una casa y 20 años de profesora, diez de ellos en Pedagogía, me dan alguna en esta dirección. Hablo bien el francés y conozco el inglés y el italiano (…) Por último, para terminar este panegírico un tanto inmodesto (…) creo que poseo tacto social y carácter apacible y transigente sin excluir la firmeza necesaria para que las cosas de mi responsabilidad marchen bien. Si acaso, puede pedir informes al Sr. Zulueta, a la Sra. Cebrián, directora de la Normal del Hipódromo, al inspector Sr. Ballesteros que conoce mi labor como organizadora de la Normal de Melilla y fuera del terreno oficial a la Sta. Maravilla Segura, directora del colegio Paidós” [53].
Su petición no dio fruto. Aurelia permaneció en Valladolid, fatalmente. Tras el “alzamiento” o golpe de Estado del 18 de julio de 1936, y antes de que José María Pemán, al frente de la Comisión de Cultura y Enseñanza, publicara la lista de depurados, las “patrullas del amanecer” se apresuraron a poner en práctica su particular forma de depuración. Segaron la vida de muchos docentes, incluida la de Aurelia Gutiérrez Blanchard el 24 de agosto de ese año. Sus asesinos eran personas cercanas a la enseñanza. En la mañana del día siguiente, ingresaban 7 cadáveres en el Depósito Judicial de Valladolid (Hospital). Entre ellos el de Aurelia, que fue identificado por su compañero, el catedrático Feliciano Catalán Monroy, que la sustituirá en la dirección de la Escuela Normal en octubre de 1936 [54].
Se apagaba la luz de la renovación pedagógica emprendida en el último tercio del siglo XIX, de la campaña de escolarización, la creación de escuelas y bibliotecas de la II República, cuyo censo aumentó un 164% en Valladolid; del compromiso de los hombres y mujeres responsables de que la tasa de analfabetismo femenino descendiera, del 86% en 1860 y 71% en 1900, al 47,5% a finales del los años 30 [55]. También la del talento y honestidad de una mujer de esa burguesía progresista que pagó muy cara su alianza con las izquierdas obreras y estudiantiles.
No sólo se extinguía la llama vital de una notable pedagoga, sino también la de una mujer excepcional, adelantada a su tiempo, aunque suene a frase hecha, como apunta Úrsula Álvarez Gutiérrez en un excepcional artículo [56].
Sostiene Mercedes Montero que, en España, las carreras profesionales de las mujeres “quedaban encalladas tras el matrimonio, sin que aquello pareciera otra cosa que lo normal. Las grandes mujeres universitarias de esos años, Victoria Kent, Clara Campoamor, María de Maeztu, fueron solteras o casadas sin hijos, como María Zambrano” [57]. El caso de Aurelia Gutiérrez Blanchard, de quien no hay motivo para descartar que compartiera la grandeza intelectual de las citadas por Montero, representa una notable excepción a esa regla.
Aurelia contrajo matrimonio a los 27 años, edad tardía para la época, con un hombre que era cuatro años más joven que ella. Por la posición socio-económica de éste, no tenía necesidad de un trabajo remunerado. Sin embargo, su fuerte vocación docente así como, probablemente, su deseo de independencia y quizás también el apoyo o al menos la no interferencia entorpecedora de su esposo, la llevaron a matricularse, ya con dos hijos, en la Escuela Normal de Granada, paso previo necesario para llegar a ser maestra de maestras.
Con 33 años ingresaba en la Escuela Superior de Estudios de Magisterio. Aquí, sin duda, como en Granada, doblaría la edad al grueso de sus compañeras y compañeros. Es más, seguramente no era habitual ver a una mujer embarazada, ya de su tercer hijo, en unas aulas mixtas, y que finalmente lograra ser la número uno de su promoción en la sección de letras. Poco después daba a luz a su hija menor y prosiguió su carrera: Córdoba, Jaén, Almería, Melilla, hasta recalar en Valladolid.
Es probable que fuese en la década de 1920, coincidiendo con su estancia en Almería, cuando Aurelia se separó de su marido, Manuel Barahona. De sus cuatro hijos, dos se quedarían al cuidado de su madre, y los otros dos al de su padre; aunque Aurelia siempre estuvo pendiente de todos ellos, como testifican sus cartas. A partir de entonces, tuvo que estirar el escaso sueldo que percibía, aunque con optimismo por su nueva independencia, por proseguir con su carrera profesional y mantener el cariño y amistad de sus hijos [58]. Cuando se aprobó la ley del divorcio en la II República, Aurelia fue quizás una de las primeras mujeres en acogerse a ella.
Afirma también Mercedes Montero, en el citado artículo en el que compara la educación laica, representada por la ILE, y la confesional de la Institución Teresiana, que, en realidad, el laicismo no se consiguió del todo en la Residencia de Señoritas, ya que tanto Maeztu como otras prominentes residentes iban a misa [59]. No es un buen ejemplo. Aquella Residencia fue obra de la Junta de Ampliación de Estudios, de inspiración institucionista, en efecto, pero no modelo de lo que fueron las escuelas de la ILE. Tampoco es sorprendente, dado que María de Maeztu era católica. De familia burguesa al igual que Aurelia, empezó su carrera en España al amparo de la Junta de Ampliación de Estudios, pero con el tiempo se fue acercando a la postura de su hermano, Ramiro, tradicionalista católico-hispanista, más en consonancia con la Institución Teresiana.
Aurelia, por el contrario, mantuvo su postura laicista y crítica con la influencia de la religión en la educación pública durante toda su carrera, y lo defendió a pesar de las campañas de difamación que, especialmente en Jaén y en Valladolid, se levantaron contra ella. Del mismo modo, se mantuvo firme en sus convicciones de carácter social y político, se implicó en el proyecto de transformación social que creía traería la República a España, aunque nunca llegara a formar parte de ningún partido, ni desempeñara cargo político alguno. Esta coherencia y esta honestidad las pagó con su vida.
Concluimos con las palabras de Orosia Castán:
“Aurelia Gutiérrez Blanchard era una figura muy conocida en el ámbito de la enseñanza, por ser una gran figura de la pedagogía moderna, vanguardista y defensora a ultranza de la enseñanza pública, laica, universal y gratuita, y su discurso al respecto es hoy tan válido como en su tiempo. Ella trabajó en defensa del maestro, del reconocimiento del derecho a la educación para todos los niños, del papel de la cultura y la formación sobre el avance de las sociedades y del papel de la mujer en el magisterio y en la sociedad. Este posicionamiento le generó enemigos muy peligrosos dentro del campo de la enseñanza” [60].
Esos enemigos trataron incluso de borrar completamente su huella. Hoy, sin embargo, podemos proclamar que Aurelia Gutiérrez Blanchard vive y su huella es indeleble.
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