Masacre, violencia y represión en Toledo.

Por Víctor Arrogante.

El asedio del Alcázar de Toledo fue una batalla altamente simbólica que ocurrió en los comienzos de la Guerra en España. Se enfrentaron fuerzas compuestas por milicianos del Frente Popular y de Guardias de Asalto, contra las fuerzas sublevadas de la guarnición militar. El odio y la venganza hicieron posible una represión que causó demasiadas muertes; una verdadera masacre. 

Las fuerzas republicanas empezaron el asedio el 21 de julio de 1936 y lo levantaron el 27 de septiembre, con la llegada del Ejército de África al mando del general Varela, que había hecho un alto en el camino hacia Madrid. Franco entró en la ciudad al día siguiente. El 27 de septiembre el Tabor de Regulares de Tetuán y una bandera de la Legión liberan Toledo. Radio Nacional informa que cinco mil milicianos rojos huyeron de la ciudad, cuando Moscardó pronunció ante el general Varela su mítica frase tras 70 días de asedio: Sin novedad en el Alcázar. 

La resistencia del Alcázar de Toledo era todo un símbolo sin valor militar. El Gobierno de la república se esforzó en la rendición. Largo Caballero asistió en persona a las voladuras y feroces ataques sobre el edificio toledano, pero fue en vano. Tras su liberación, con Franco entrando en la ciudad empezó la represión. Ciegos de odio y de venganza, salieron matando sin contemplación ni miramientos. 

La conclusión del estudio realizado sobre la represión franquista en la ciudad de Toledo, circunscrita al espacio físico del Cementerio Municipal es la siguiente: Se han cuantificado las víctimas de la represión entre 1936 y 1947 en un total de 1.787 personas, ubicando a casi la totalidad de las víctimas en el Cementerio de la ciudad del Tajo. De esas 1.787 víctimas contabilizadas en el estudio investigación realizado para el Ayuntamiento de Toledo, para la FEMP y para la Secretaría de Estado de Memoria Democrática, se han llegado a identificar y nominar a 1004 de ellas. Las 783 víctimas restantes siguen apareciendo como desaparecidos. 

El patio 42 del cementerio de Toledo alberga los restos de más de mil víctimas de la represión inmediata tras la entrada de las llamadas tropas nacionales. Las cifras de enterramientos vinculados a la represión, tanto en este como en otros lugares del cementerio, superan las que hasta ahora habían establecido como válidas los investigadores. Hubo otras fosas en distintos puntos de la ciudad, además de un importante número de cadáveres que fueron arrastrados por la corriente del Tajo, al haber muerto mientras intentaban cruzar al otro lado de la ribera. 

Una de las víctimas de la represión fue mi abuela Antonia Arrogante, que murió fusilada en las tapias del cementerio. Cada año rindo homenaje al luctuoso y trágico acontecimiento que causó un trauma histórico a mi familia y que yo mantengo en el recuerdo, sin olvido ni perdón. La confirmación documental del asesinato, me la facilitó la organización Víctimas de la dictadura de Castilla-La Mancha: Antonia Arrogante Carretero (de profesión sus labores), natural de Cebolla, murió por asesinato el día 28/9/36, en Toledo 

El día 24 de septiembre las tropas rebeldes al mando del general Varela estaban ya en los suburbios de Toledo y las milicias frentepopulistas debieron enfrentar sucesivamente a estos refuerzos del bando sublevado junto a los rebeldes dentro del Alcázar, lo cual hizo insostenibles las posiciones republicanas. Algunas milicias opusieron resistencia a los sublevados, pero la mayoría de los milicianos prefirió retirarse hacia Aranjuez temiendo ser atrapadas en un nuevo cerco, facilitando que las tropas de Varela dominaran por completo la ciudad de Toledo y enlazaron con los sitiados del Alcázar el 27 de septiembre de 1936, terminando así el asedio. 

Una particularidad de la represión en Toledo es que se realizó sin testigos, al haberse ordenado por el general Varela que los periodistas que acompañaban a las columnas del ejército de África, permanecieran hospedados en Talavera de la Reina hasta nueva orden. La razón de este veto venía como consecuencia de la repercusión internacional que había tenido la conocida como matanza de Badajoz, y que había perjudicado la aureola piadosa con la que pretendían cubrirse los de la cruzada católica contra el marxismo. Era mejor no tener testigos, al menos en la primera fase de la conquista de ciudades, y que era cuando se producían con más virulencia ejecuciones extrajudiciales, violaciones de mujeres y saqueos de reparto del botín, algo a lo que se entregaban con entusiasmo los mercenarios marroquíes en particular. 

En el primer período de la violencia física que caracteriza la irrupción y el establecimiento del franquismo en la ciudad viene a denominarse como la masacre de Toledo, por el número de víctimas que supuso, por el nivel de violencia alcanzado y por la total impunidad que caracteriza los procesos de violencia observados. A este período represivo le corresponden 1.101 víctimas, entre militares y civiles. 

El sistema punitivo franquista está presente en Toledo desde la toma de la ciudad, los días 27 y 28 de septiembre. Son continuos y habituales las detenciones, los paseos y sacas, que se suceden durante esos días. Hasta el punto de que han de habilitarse dos prisiones, además de la Provincial para acoger a la gran cantidad de presos. 

Franco convirtió la liberación de Toledo en un valioso golpe de efecto internacional, llegando a recrearlo, recorriendo los escombros, para las cámaras de los noticiarios que se proyectaron en salas de cine de todo el mundo. Franco no forzó la marcha hacia Madrid aprovechando el ímpetu del ataque y la inadecuada defensa que entonces oponía la ciudad. Hizo girar las tropas hacia Toledo para acudir en auxilio de los sitiados del Alcázar. Como Yagüe protestó contra esta decisión, Franco le sustituyó por Varela, que acababa de tomar la localidad malagueña de Ronda. La ambición política llevó a Franco, a convertirse en el salvador del Alcázar y jefe indiscutible de la sublevación. 

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica pide al Gobierno de Castilla-La Mancha que deje de blanquear  al franquismo en el portal de Cultura en el relato de la historia del Alcázar de Toledo, al señalar que el coronel Moscardó lo utilizó como punto defensivo, cuando en realidad era el atacante de un golpe de Estado. Para la asociación, además de utilizar el lenguaje de defensa del Alcázar del que se sirvió durante décadas la dictadura franquista, se está atentando contra el honor de miles de personas que trataron de evitar que el fascismo tomara violentamente el poder y siguieron combatiendo este régimen hasta que retornó la democracia. 

Cabe recordar que el interior del Alcázar alberga los restos de los golpistas José Moscardó y Jaime Milans del Bosch, pese a que desde hace años se viene reclamando por parte de distintas organizaciones memorialistas y partidos políticos su exhumación. Un paso hacia el que pareció abrirse una vía hace dos años, cuando desde la Secretaría de Estado de Memoria Democrática se ponían en marcha las conversaciones con el Ministerio de Defensa para exhumar los restos de estos militares franquistas de la cripta del Alcázar, hoy sede del Museo del Ejército. 

Transcurridos ochenta y ocho años (yo tengo 75), sigo sintiendo dolor y desprecio hacia quienes cometieron los crímenes y por aquellos que hoy justifican el asesinato de las decenas de miles de hombres y mujeres que murieron y sufrieron persecución victimas de la barbarie. Hoy, todavía, siguen sin reconocer el genocidio franquista. Reivindico mi memoria histórica, por lo que ni olvido ni perdono. 

Mi abuela Antonia Arrogante tenía un carácter fuerte, de mediana estatura, fuerte, guapetona, con moño bajo, saya larga y pañoleta negra sobre los hombros. Vivía en Toledo, en el Callejón de los Niños Hermosos, callejón sin salida de la judería toledana, del que la sacaron para nunca volver. Oigo las botas contra el empedrado, los gritos y empujones, los culatazos de los fusiles sobre su espalda. Veo la cara perpleja y asustada de mi abuela Antonia, embarazada, y las caras descompuestas por el odio de los sacadores. Oigo el sonido seco de las descargas de los fusiles y el taac, taac de los tiros de gracia en las tapias del cementerio a la vera del Tajo. 

Cuando se dice desde el ministerio de Política Territorial y Memoria Democrática, que se han dado pasos para la exhumación de los golpistas, lo cierto es que nada se ha movido. Los asesinos enterrados en el Alcázar y las víctimas siguen en fosas comunes y muchas sin identificar. 

 

 

Víctor Arrogante, profesor y analista político.

 

 

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